La chica del colectivo


Una chica, muy linda, vestida a la moda, sube al colectivo en pleno atardecer porteño; sobran dígitos en los números de la temperatura, el asfalto y el humo de los autos dibujan la tensión del día. El chofer del colectivo viene jugando a pasar semáforos en amarillo tirando a rojo, esboza una sonrisa, como si disfrutara y se olvidara de su rutina diaria.

La chica podía tener 21 años, o andar cerca de esa cifra, tenía lindas facciones, como diría mi abuela: ¿Qué hacer ante tanta belleza? ¿Qué puede hacer el género masculino en un medio de transporte?, cuantas preguntas, cuanta incertidumbre. Por su aspecto, se podía inferir que era estudiante de alguna rama social, ustedes se preguntarán: ¿Cómo yo puedo saber eso si todavía no tuve ninguna conversación con ella?, no sé pero eso pensé en ese momento. Aspecto de que le interesara la física no tenía, la ingeniería menos, y la medicina podía ser pero no tenía ni delantal ni ese uniforme que usan los estudiantes de medicina cuando están en tercer año. Por eso, pensé que ella se ajustaba a los cánones de las estudiantes de comunicación. Ella venía escuchando música, ahí sí que estaba perdido, podía escuchar no sé los Beatles o Fabiana Cantilo; pero bueno sigamos adelante, al fin y al cabo, no es tan importante saber de ante mano que escucha porque también podría estar escuchando la radio.
Yo la estaba mirando desde que subió, uno se da cuenta enseguida cuando sube una mina linda al bondi; sube de otra manera, el chofer es educado y se hace el sordo para que ella le hable devuelta. Fíjense, es así. Aparte siempre esperas que suba una mina linda, y si no lo es, crees que es linda; si, a veces magnifico a cualquiera, pero quiero dejar en claro que este no era el caso. Tenía esa feminidad que tanto nos gusta a los hombres y que tanto nos bloquea, nos deja perplejos y ahí es cuando entra a jugar el factor "pelotudismo". Ella se colocó enfrente de mí. Yo la miraba, y cuando, ingenuamente, creía que ella me miraba corría mi mirada. Digo, ingenuamente, porque no podía llegar a ver si me miraba en realidad. Tenía un dato a mi favor, sabía que había sacado el boleto de 1.25, eso me indicaba que su viaje era largo y podía terminar cerca del recorrido final del colectivo. Eso me daba más tiempo para ¿actuar?, o mantenerme en la tranquila pasividad.

Lo único que quería era que no se baje nadie, porque eso generaría que ella se sentara y yo la perdiera de vista. Por suerte nadie se bajo, pero como ocurre en toda historia apareció un obstáculo. Un vendedor de lapiceras "Parker" se interpuso entre ella y quién les escribe - Si hubiera sabido que ese tipo, que era cómico, va diría muy cómico, me ayudaría le hubiera comprado una de esas lapiceras- El tipo sacó de su bolso seis lapiceras "Parker", que según él eran traídas de Alemania, además decía que nosotros éramos afortunados por tener la posibilidad de comprar dichas lapiceras "Parker", argumentando que ya no le quedaban muchas en stock y no iban a ingresar nunca más al país. Que garra le ponía el tipo ese, en un momento empezó a hablar como esos locutores de Sprayette. Ahí no pude contener la risa, cuando el vendedor se corrió a un costado, la vi a ella también riéndose, y fue en ese momento cuando intercambiamos miradas y también compartimos sonrisas. El tipo seguía gritando, paso cerca mío y me ofreció unas lapiceras para que las viera; yo que estaba en otra, no le presté atención. Nos reímos un rato más y después ella se dispuso a tocar el timbre para bajar. Yo empecé a dudar. ¿Qué podía hacer? ¿Me bajaba? ¿Me quedaba? ¿Qué certeza tenía que ella me daría bola?

Ya no faltaba mucho para que el chofer frene y ella se me escape por la puerta del colectivo. Miré las calles, tan lejos de casa no estaba, eso era bueno, de última podía volver caminando pateando piedras, derrotado por la negativa de ella. Ya no había tiempo para dudar; era bajarse o mirarla irse. La puerta se abrió; ella bajo, yo también lo hice...

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