Tiempo



En un barrio porteño se había levantado una gran incógnita entre los vecinos, habían pasado años y nadie tenía una respuesta certera, precisa, que se ubique lejos de los mitos o el chusmerío barato. Todos tenían su hipótesis ad-hoc, cada uno le iba agregando más componentes de ciencia ficción, entrelazaban historias, hacían aparecer nuevos personajes, armaban un mundo paralelo. Los diálogos tenían siempre estas frases; "me parece que se le murió la mujer", "no, este hombre no es casado", "a mí me dijeron que es alcohólico, vieron la nariz colorada que tiene", "es un degenerado, si le vieran los ojos que pone cuando paso", podríamos situar tranquilamente este hermoso diálogo en una peluquería de mujeres, solo para darle un espacio físico. A Juan, su papá lo pasaba a buscar todos los días al colegio, él ya estaba en primer grado. Su padre siempre le preguntaba lo mismo: ¿Cómo te fue?, ¿Te portaste bien?, ¿Tenés tarea para hacer?, a esto Juan respondía también siempre lo mismo: Bien, bien, no. Entre pregunta y respuesta, Juan observaba la plaza por la que debían pasar para llegar a su casa. Ese anciano le llamaba la atención, siempre estaba ahí sentado, con su mirada perdida, impecable, con su boina negra. Juan ya se había enterado de los rumores que corrían en el barrio acerca de ese hombre, ya era grande, se daba cuenta como la gente lo miraba. El anciano se sentaba siempre en el mismo banco todos los días, no hablaba con nadie, parecía inmerso en otra cosa. Juan sabía que ese era el día. no se iba a presentar otra oportunidad, era el momento de sacarse todas las dudas. Su padre no lo podía pasar a buscar a la escuela, y tenía que volver solo a su casa. Llegando a la plaza, tomó valor y se cruzó en dirección al anciano. Le temblaba todo el cuerpo, tenía miedo de no poder hablar, sus manos sudaban más de la cuenta. Camino los últimos metros que lo separaban del banco, para él fueron kilómetros y kilómetros de distancia. Se acercó, el anciano levantó la mirada del suelo y lo observó. Juan lo miró temeroso y le preguntó:Señor: ¿Por qué está todos los días acá sentado?.Hubo un largo silencio, al hombre se le llenaron los ojos de lágrimas, esperó unos segundos y le dijo: Me siento todos los días en este banco porque aquí veo pasar gente, y no los años...

Con las lágrimas basta

  
Hacía mucho que no volvía, ojo cuando digo mucho son dos meses, pero para mí eso es bastante. Llega un momento que no aguantas más, que necesitas volver, cambiar el paredón por la luz, respirar aire limpio. Siempre digo que la gran ciudad te corta las piernas; tenes que estar atento cuando estas parado en un semáforo, cuando cruzas la calle, nada te garantiza que un auto no te pase por arriba. Caminar se torna insoportable, las veredas son un hormiguero, esquivas a uno después a otro y no termina nunca. Pese a todo te acostumbras, a la fuerza pero te acostumbras. Retomando, yo me volvía, ya había reservado mi pasaje, en esa empresa en la que el colectivo para en todos lados, hasta para ver si creció el pasto al costado de la ruta. Salí de la facultad, busqué el bolso, que ya tenía preparado en mi casa, y fui para la terminal. Llegué con bastante tiempo a favor, entonces me dispuse a esperar en las plataformas que me indicaba el boleto. Fue un segundo, yo estaba mirando, no sé si la hora o un colectivo que llegaba, él se paro frente a mí. Si lo vieran, me miró con sus ojos tristes, sus manitos estaban completamente sucias, su cara también. Cuando lo vi, yo sabía que quería, no hacía falta que me hablara. Me pidió una moneda, yo le di, después me pidió un billete de diez pesos, lo miré y le explique que no tenía, balbuceó algo y se fue a pedir monedas a otra persona.    Mi colectivo llegó, subí y me quede pensando. A su edad yo pedía monedas para comprar golosinas, o un juguete, no sabía lo que era pasar hambre, nunca me falto nada. En cambio, él,  tenía que reemplazar las golosinas por paco, los juguetes por latas, la escuela por la calle, la cama por cartones, tenía que hacerse amigo del frio, la lluvia, del maltrato, de la indiferencia de todos, de la falta de afecto, del mundo que le tocó a la hora del sorteo. Ese sorteo que muchos de nosotros pudimos salir favorecidos, yo mismo podría haber sido quien le pidiera monedas a él, o yo mismo podría hoy estar en un semáforo limpiando vidrios por unas monedas. Siempre que venís mal, algo peor te puede sorprender en el camino.  El gran escritor Julio Cortázar dijo: "A veces para afeitarse, no se necesita jabón, con las lágrimas basta", y yo estaba para eso....

Buenos modales

   Venía cansado, enojado, o algo parecido. Camine un par de cuadras, mirando el suelo, y finalmente llegué a la parada del 95. Espere, espere, y mi preciado colectivo no aparecia. A lo lejos, lo veo, llega; manito levantada y con cara de pocos amigos me subo.
Miro al colectivero y le indico:
-Uno con diez
-¿Adonde vas pibe?-con ese tono de colectivero desconfiado-
-Las Heras y Puerredon-
   Agarré el boleto de manera triunfante y busqué un asiento libre; cuando viajo sentado todo cambia, no quiero que el viaje termine nunca, disfruto, viajo por viajar y no por llegar. Ahora cuando vas parado y con cincuenta personas todas apretaditas, el viajo por viajar desaparece enseguida. La cuestión es que conseguí un lugar. Al lado mío había una señora, creo yo, de aproximadamente 65 años, bastante excedida de peso, de cara redonda y nariz rojiza. Llevaba en su cabeza un gorro de lana muy llamativo. Nose en que venía pensando, me soné los dedos, la mujer me miró y me dijo:
-No se chasquéan los dedos. Es de mala educación.
-Ah, perdón. No sabía.-Respondí sorprendido-
-Sí, es de mala educación porque a cierta gente le puede generar malestar. Yo soy profesora de buenos modales.
-A mire que bien- Tratando de dar cierre a la conversación, pero la señora tenía ganas de hablar-
-¿Sabes como se pela una banana?
Esto me pasa a mí nomas, pensé. Tener una señora con un gorro ridículo en la cabeza, que supuestamente era profesora de buenos modales, preguntándome si sabía como se pelaba una banana.
-¿Como se pela una banana?, le cortas la parte de arriba con la mano y listo. Respondí mostrando obviedad.
-No, no. Se debe colocar la banana en un plato y después cortar los extremos con un cuchillo. Y tampoco se come con la mano, eso es para los monos, se come con cuchillo y tenedor.
-ah, miré usted.
-¿Vos tenes novia?
-No
-Cuando tengas no tenes que permitir que tu pareja te falte el respeto. Yo veo como se tratan los jóvenes, va como se maltratan, se dicen cualquier cosa. Por eso las parejas duran tan poco, porque se pierden el respeto. En la vida las grandes cosas pasan de vez en cuando, son excepciones. Todo esta compuesto por las pequeñas cosas que nos pasan todos los días, y mucha gente no se da cuenta. Esperan que la vida les cambie de un día para el otro.
   Así terminó la charla. Me despedí de la señora y me baje del colectivo. Algo bueno me quedó de ese día, ahora sabía que sonarse los dedos era de mala educación y, algo fundamental para la vida, una herramienta para luchar en este mundo, saber como se pela una banana.

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...