Balcones



Las calles de tierra, a la noche, con luces, que van y vienen. Se mezclan recuerdos hermosos, de cosas que soñé, sueño, y todavía están, ahí, intactas. Sillas de plástico, en los balcones, tristes de Buenos Aires, con chicas tristes que miran, el farol de la esquina. Y los árboles que tambalean, con este invierno doloroso. Los taxis, vacíos, con la luz roja, van y vienen, buscando, siempre buscando. Comulgo con los que escriben borrachos, dejando de lado la sobriedad; asquerosa, para este tiempo. Y olvidan, siempre olvidan. Y se levantan y pelean, siempre se levantan. A veces después de la una, con la ventana, que estalla de luz, de ruidos, de la calle. Con la culpa, de apagar el despertador. Un número desconocido, me sigue, me llama, todos los días, a mi celular.
Desconocido.
Ya no hablo cuando atiendo. A veces tengo el mar en los oídos, con las olas, que van y vienen, con su música, llena de espuma y arena. Y barreno, en el agua helada, crispada, marrón. Y el ruido del agua, de la pava, me devuelve, me trae la mirada. Los días se van entrelazando, con su trama, espesa, inquietante, difícil de contar. Como esa historia, tramada toda por mí, falsa, de la primera palabra hasta la última. A la cinco de la mañana, con la lluvia, esquivando gente, charcos, entre el alcohol. Los truenos, que iluminan el camino, de vuelta. El agua ganó las zapatillas, manchadas, con lo que sobra de la noche. Una vez mande una carta que nunca llegó a destino. Dónde andará, me pregunto. Viaje por montañas, ríos, siempre te busqué. Las porquerías que escribí, que no releo, que me avergüenzan. Las ventanas heladas, que dibujé; escribí sentado en un bar, en un aula, en un colectivo, en la calle, en la cola del banco, en el campo, en la soledad, que me dicta. La vida, que casi pierdo, volviendo de Mar del Plata. Y las plantas, con perros, tristes, que habitan balcones, desolados, por la ciudad. Las calles de tierra, que se vuelven barro, se atascan, con barricadas, de época, tardía, de amores…

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