Merlo: Denunciamos




Bueno, estuve en Merlo. Hace pocas horas que volví y ahora, a la tarde, me voy para Buenos Aires. Esta foto certifica mis dichos. Pero igual esto va a ser corto.

Denunciamos: En Merlo no hay microclima. Un vecino me lo dijo, en serio. Todo verso propagandístico para vender pasajes. Cuesta, mucho, pero mucho sacarse los mocos de la nariz. Cuesta también –y esto es lo fundamental de este escrito- mucho encontrar una mina linda. La belleza, lo único decente que hay en este mundo, no esta radicada en esa tierra. Pero paren, pará. Si hay belleza en el paisaje y toda la bola esa. Eso no lo discuto. Pero minas lindas, na, ni una, o no, Frank. Cualquier cosa al INADI si me quieren llamar tengo el teléfono prendido. Por último, hay alrededor de 300 familias que pagaron su casa cuota por cuota y todavía no se las adjudicaron. Cierra un papelito pegado en el centro de la ciudad: “En San Luis no todo el mundo es feliz”. Y si, qué difícil es ser cortesano en esta vida, que difícil amor…

Carta a Mauricio Macri


Mauricio:

Primero, convengamos (convengamos) que no me molestas vos, sino tu incapacidad. Siempre me preguntaba, porque un tipo así, que nunca militó en política, quiere –justamente – meterse en política. ¿Será para salvar a los pobres?, no, seguro que no. ¿Será para redistribuir la riqueza? Menos. No, nunca un tipo cómo vos va a buscar eso. Un tipo cómo vos lo único que lo mueve es su insaciable voluntad de poder. Esa voluntad, la buscas para no extinguirte. Eso pensás. No te podés conformar con lo que tenés, siempre necesitas más. En campaña saludabas a los cartoneros y por lo bajo, bien rastrero, claro, decías a tus colaboradores, ven a estos que me saludan, son a los primeros que voy a borrar. Y es verdad fuiste por ellos. A cagarlos a palos a la noche, con tu grupito de patoteros. Sabes mucho de marketing, y te dedicas a eso. Cómo todo lo que haces. Desde tus spot, tocando timbres, tomando mate, ¡tomando mate! Nunca lo hiciste en tu vida, por favor. Hasta tu policía Metropolitana, que no puede ni sacarle un dulce a un niño. Esa policía, que para lo único que la hiciste fue para cobrar multas. Para juntar platita. Y para que las viejas de barrio norte digan que bien que trabaja el niño Mauricio. ¡El nos cuida y cómo! Para colmo, yo no sé si vos contagias a los que laburan con vos o bueno son todos iguales que vos, pusiste al “Fino” Palacios al mando. Inconcebible. No servís para esto. Claro está que vos sos la derecha pura, bruta. Y el papel de bruto lo haces bien, eh. Pero paren se sacó el bigote, ah perdón se lo trago. Tenes un problema, vos encarnas el poder, te gusta eso. Pero vos haces política. Y que pasa, el poder tiene como finalidad máxima bloquear la política, anularla, no dejarla crecer. La política, en cambio, tiene como principal fin acumular poder, conquistar espacios, y a partir de esas conquistas transformar la realidad, cambiar lo que está mal por lo que está bien. Vos trabajas para el poder. No entendes nada de Derechos Humanos, si crees, que la gente se minimiza a ser sólo recursos humanos. Crees que la vida, es cómo en las empresas, en dónde podes borrar a cualquiera sin importar nada. Hablas de diálogo, de consenso. Vos, jamás, en toda tu gestión de gobierno te sentaste a dialogar con la gente. Ni con los pibes cuando se caían los techos de las escuelas, ni con los médicos cuando te pedían insumos para los hospitales públicos. ¿Tu respuesta? Simple, le querías cobrar a los extranjeros y también a los que eran de provincia. Pero devuelta convengamos (convengamos) mi abuela te puede votar, o una amiga de mi abuela. Pero porque te puede votar, por saltar baches, por talar árboles, por hacer escuchas telefónicas, upps, eso no iba. Pongamos, por así decir, que alguna que otra vez este gobierno (Nacional) no te dejó gobernar, no te dejo hacer algo de tu maravilloso proyecto. Dónde están las escuelas que prometiste, los kilómetros de subte, los hospitales en buen estado, a perdón, hiciste la bicisenda. Durán Barba es un genio, lo admito. Reducir toda tu incapacidad en los otros. Es algo realmente genial, no me digan que no. Imagino este diálogo entre él y vos:

-Mauricio, tenés que decir que no te dejan gobernar, victimízate. Eso te sale bien. Acordate, pégatelo en la cabecera de tu cama: “Siempre la culpa la tiene el otro, no vos”.

-Te parece, se lo creerá la gente. Cómo es la frase: “La culpa la tiene el que…”

-El otro siempre el otro. No es muy difícil, Mauri.

Y si vos sos esto, cuando hablas no sos vos. Es Durán Barba. Porque claro está que tenés problema con la dialéctica. Pero ojo cuando hay negocio, ahí si sos vos el que toma las decisiones. Haces encuestas telefónicas en República de Recoleta, preguntas si Larreta tiene buena imagen, si Michetti es una buena compañía tuya, pero nunca, nunca preguntas que necesita la gente, claro, te cagas en la gente. Pero para. No son todas malas, mi abuela todavía (todavía) te puede votar, te ve sentado en TN y le caes bien. Pero la amiga de mi abuela ya empezó a dudar. Piensa, Mauri me aumentaría la jubilación, si fuera presidente. No, señora. El es de la moción Menemista, achicar el Estado, eso le gusta. Por eso le otorga, lindos subsidios a los colegios privados, a las universidades privadas. No entendes a la señora de enfrente como la llamas vos. Porque te pega un baile tremendo. Te repito Mauri, yo no tengo nada contra vos, sino contra tu incapacidad. Ese es el punto que no tolero. La democracia se basa pura y exclusivamente en aceptar a los que piensan diferente, y eso lo acepto. Pero no te puedo tener respeto. No te lo mereces. Volvé a Boca, dale que ahí te fue bien. Yo no soy de Boca, pero se apreciar algo bueno en vos. En Boca te fue bien, podes volver. Llamalo a Fernandito, pedíle una nota y listo, todo solucionado. Pero por favor no sigas hablando, tenés hijos (o vas a tener, la verdad no sé) pensa en ellos. Cuando vean los tapes y digan esto dijiste papá. Estás loco. Sin más Mauri, Federico Pita.

Pd: Ah, me olvidaba. Mi abuela ya no te va a votar. Convengamos (convengamos) no es boluda.

Mi vecina, "Chelo" Marcelo y una vuelta de tuerca


Le decía a Florencia, que vuelva a escribir, y me contestó que ella nunca dejaba de escribir. Y pensé, que pelotudo, tiene razón. Y yo lo sé bien. Digo, eso de escribir contantemente y no publicar. Bueno no importa. Hola, Marcelo. Mañana voy a cortarme el pelo. Está, tipo 11 estoy por allá. “Chelo” Marcelo, mi peluquero tiene cierto parecido con la señora –mi vecina- que barre la vereda a las siete de la mañana. Salgo a la calle apurado y mi hermosa vecina, arrugada por los años y por su hermosa mezquindad me dice:


-Federico, viste lo que hizo el gobierno, (cara seria, bah muy seria).

-No, la verdad que no sé. Son las siete de la mañana. A esta hora las neuronas no me funcionan, usted sabrá.

-No, pero es terrible. A ustedes los jóvenes no les importa nada. Además, que griterío que había en tu departamento anoche, no pude dormir nada. Ya te va a llegar la carta del consorcio.

-Pero usted me quería hablar de algo que hizo el gobierno. Que es –según usted- algo terrible, algo realmente peligroso. Y me sale con esto, aparte yo no era el del quilombo, ese es el comisario de abordo, que volvió de un viaje. Y usted sabe lo que le pinta cuando viene de viaje.

-¿Qué le pinta? –pregunta enojada.

-Usted sabe, usted sabe… ¿Qué quiere hacer el gobierno, cuénteme, rápido que no llego?

-A cierto, de eso te quería hablar. Vos que sos oficialista y defendes a estos corruptos, sinvergüenzas, que no hacen más que mentirle a la gente.

-Disculpe –la interrumpo- además de todo eso que usted dice, que es lo que me quiere decir, dígame que me tengo que ir.

-Pero si no me dejas terminar, hombre. Lo escuché en la radio, en la tele, después lo leí en el diario. Es más lo corte para que lo veas, para que lo guardes o lo pegues en tu pieza.

-Bárbaro, divino, pero me puede decir de una vez por todas…

-Ahí te digo, nene. Espera –saca de un bolsillo la nota- ves lo que te digo, mira.

Agarro la nota, la desdoblo tratando de no romperla. Leo el título. –Por esto me jode, por esta nota. Chau me voy, tengo cosas que hacer después si usted quiere lo discutimos. Pero ahora no tengo ganas. Chau.

-Siempre lo mismo (sonríe, como si hubiera ganado una batalla).


Me fui tomé el colectivo, con la súper tarjeta SUBE, que realmente me cambió la vida. Si, no tuve que comprar más pastillas, chicles o bueno una vez una kiosquera no me quería dar monedas y le tuve que comprar un paquete de figuritas. Late, late, late, no la. Hice todas las cosas que tenía que hacer y fui a cortarme el pelo a lo de “Chelo” Marcelo. Llego, lo saludo. “Chelo”, está contento-pocas veces lo encuentro contento-.

-Hacemos lo de siempre.

-Sí, fíjate que la última vez me cortaste mucho. Y tardó en crecer.

-Me estás jodiendo. Si hice todo lo que me pediste. Que te deje largo atrás, que te saque esos rulos que se te hacen al costado –Mira por el espejo, haciéndome cara esperando que le dé la razón-.

-Sí, bueno puede ser. Será que cada vez me crece menos el pelo.

-¿Che, vos sos periodista, no? –Mira por el espejo como haciendo memoria-

-Intento, intento…

-Ah, contame eso de la Ley de Medios. Estos tipos van por todo. Van hacer cualquier cosa.

Pienso unos segundos -Tenes tiempo.

-Y hasta que te termine de cortar, tengo.

-(Lanzo una risa) Mira, es complicado para el que no está metido en este baile. Voy a tratar de darte un ejemplo. Vos, laburas para un tipo que contrata a muchos peluqueros y de su ganancia te da el 10%. ¿No?

- Si, me quiero ir a la mierda, es un hijo de puta.

-(Lo interrumpo) Bueno, vos laburas para este tipo, y este tipo a su vez también tiene varias peluquerías más, ponele como esta. ¿Me seguís?

-Sí…

-Bueno, este tipo se divide Capital Federal con otro tipo más que tiene otras cinco peluquerías iguales que esta. Entonces, esos dos tipos, imponen cuanto se cobra el corte, cuanto le pagan a su staff, o sea a vos, y monopolizan el negocio de las peluquerías. Es decir, ellos imponen también la moda que se instala en las cabezas.

-Ajam (me mira dubitativo). ¿Y que tiene que ver esto con la Ley de Medios?

-Ahí, llego. Espera. Ponele que se invente una Ley de Peluqueros, y esta Ley establezca que un peluquero no puede tener más de dos peluquerías. Eso permitiría que vos, o cualquiera de tus compañeros pueda poner su propia peluquería, sin tener que sufrir una lucha desigual y que existan una mayor cantidad de peluquerías, de diferentes dueños, ampliando la libertad de tijeras.

-¿Pero van por todo o no? –me pregunta como enojado-

-¿Quiénes? –repregunto-

-El gobierno. De que estamos hablando.

Pienso un segundo, ya le explique todo, le di un ejemplo relacionado con su trabajo. No me entendió. No tengo ganas de explicar más nada.

–Sí, “Chelo” van por todo- le digo resignado-.

-Viste que te dije. Ah, y cómo es eso de la Ley de peluqueros, quieren también quedarse con el negocio de las peluquerías.

-Sí, tené cuidado que te quedas sin laburo. Me quedo bárbaro, “Chelo”. Gracias.

-Si no terminé.

-No importa. Me gusta así. Nos vemos.


Nos saludamos con Marcelo, yo me fui caminando por la avenida. Sin duda, “chelo” no había entendido nada de lo que le había explicado. ¿Había sido claro, o “Chelo” no quería entender, como la vecina de hoy?, porque a la vecina le aumentaron hoy la jubilación, pero ella esta obstinada en que todo anda mal. Y me saca esa nota, esa puta nota, que miente desde la primera letra hasta la última. Pero cómo hago para explicarle esto a la vecina, no le pude hacer entender esto a “chelo”, que tiene menos de cuarenta años. Mi vecina tiene como ochenta, y además es de la generación de la famosa frase: “Si lo dice la tele, o la radio es verdad”. Qué difícil es ser cortesano en esta vida, que difícil amor…

Tengo que conseguir trabajo



Afuera las hojas volaban, miraba por la ventana, la luz de la calle tomaba parte de la habitación. Yo soñaba con redacciones, humo, teclados viejos, monitores olvidados. Mi computadora, de esas portátiles, estaba enfrente de un bosque. Congelado, sombrío, con el camino surcado; mi lámpara lo iluminaba, descubría sectores escondidos, un libro de Dostoievski estaba al pie del camino. El barrendero comenzaba a limpiar la esquina de México y Sarandí, con ritmo sincronizado, tenía esa cancha de años de trabajo, barría y juntaba las hojas acumuladas de la bocacalle. Su uniforme resplandecía en la noche, los perros del barrio ya no le ladraban, conocían su horario de trabajo.


Eran tiempos en los que yo buscaba trabajo, golpeaba puertas, mandaba currículos adulterados, llenos de ítems falsos, tomaba colectivos, subtes, taxis, llamaba por teléfono a amigos, de otros amigos, de falsos amigos, preguntando si querían mis servicios. Me decían que llamara otro día, después decían que lo hiciera en varias semanas, y por último, optaban por no atenderme el teléfono. Tenía escrito miles de cosas, la mayoría sin terminar. Me estaba dejando la barba, me salía mal y en algunos sectores era despareja. Sabía que en mi ciudad podía trabajar en el diario local- eso no me convencía- ese diario era un panfleto de empresas y también sabía que no me iban a pagar un centavo. Caminaba por un abismo, siempre al borde de caer, surcando los vientos y los empujones. En la costanera, a la noche, el río golpeaba con fuerza, yo pensaba mucho después de jugar al fútbol. Miraba a lo lejos, otros pescaban y pedían silencio. Eran tiempos de batallas culturales, garrapiñadas por las esferas altas. Llegaban colombianos, ecuatorianos, a estudiar a Buenos Aires. Se sorprendían de las luces porteñas. Caminaban, tranquilos por las calles del centro, no temían, o estaban acostumbrados a la hostilidad, a la crudeza. Yo salía a caminar a la noche, para sacudirme las cosas que pensaba, era una especie de ejercicio mental, a veces me colaba en un cine que pasaban películas argentinas. Después volvía, tomaba un café y escribía, borraba, guardaba archivos que luego quedaban olvidados. Leía algo de Benedetti - pensaba- es todo en vano, la perfección existe y se llama Benedetti. Pensaba en Buenos Aires, en su anarquía, plenamente atrayente, extasiada en el jolgorio de la noche y sus impurezas, puras de la época. Es en fin, una enfermedad crónica, en su estado máximo, despierta enloquecida y no termina, sigue con su gira, y hace lo que todas las ciudades quieren y no pueden. Pero ella si lo hace, y cómo señores, cómo. Tiene rincones salvajes, llenos de rabia, escondida por años, en bares de antaño destilados en desquicio. Sus fronteras están marcadas a mano alzada, y esa mano nunca se equivoca. Zonas de baúles llenos de monedas, de joyas, alhajas y su contracara, su antagonismo despiadado; baúles llenos de mierda, de moscas, cucarachas. Quien quiera dar el salto transcendental tiene que venir para el puerto, gambetear infancia, entregarse a nuevas callejuelas, vecinos fantasmas, olvidar la templanza de la tarde. En su vidriera está todo, ahí, en sus narices, al alcance pero no de todos. El circo está abierto para todos, pero no todos ven el show del león. Eso pensaba a la noche, cuando daba vueltas en la cama (algo, claramente, aburrido). Pasaba gran parte de mi tiempo arriba del doce (reconozco que no me molestaba viajar en colectivo, solo cuando iba parado), plaza constitución era un mar de gente -creo que el mar lleva en su esencia un código indescifrable, siempre intenta decirnos algo pero nunca llegamos a entender bien a qué se refiere. Bueno, las personas también tienen ese costado, esa navaja escondida entre sus ropas-. Bajaba, y entraba a la facultad, subía cuatro pisos, llegaba muy agitado, eso que no fumaba y tampoco me dedicaba a las drogas duras. Me sentaba, escuchaba la clase, nunca preguntaba nada, me reía de las preguntas que los demás hacían (no existen preguntas tontas, sino hombres tontos que preguntan), hablaban de ADN, células, herencia, entre otras cosas que no me interesaban demasiado, pero tenía que hacer que me interesaran. Nos daban un recreo, mínimo, casi ínfimo, más o menos de quince minutos, que los fumadores festejaban como un gol a los ingleses. Las horas no pasaban, eran tres en total, después bajaba los cuatro pisos y me apostaba a tomar el colectivo, conformando una gran fila que daba vuelta la esquina. Llegaba a mi casa, en ese tiempo vivía en Congreso, caminaba hasta la pieza, y me sentaba en mi escritorio abordado por la desidia, cosas que se iban acumulando por olvido; se juntaban vasos, tazas, cucharas, boletos de colectivos, volantes callejeros. Así estaba mi mesa, así también estaba mi vida, desorganizada, tenía un pantalón al que odiaba con todas mis fuerzas, primero porque yo no lo había elegido (lo había intercambiado con mi hermano), y segundo; estaba muy estirado, tenía los bolsillos rotos, el ruedo cortado, y en fin; ya había cumplido su ciclo. Para ese tiempo tenía bien claro todo lo que no quería, era una lista larga, extensa. Mi dificultad pasaba por lograr capitalizar todo lo otro que sí quería. Era como estar arriba de la calesita y no poder agarrar nunca la sortija, y sumarle que el tipo que la tenía en la mano se me cagaba de risa (¿puedo poner malas palabras?, sí acá no hay editores). La mugre de la mesa la corría hacia un costado, el problema era cuando todos los costados tenían mugre. Leía todos los correos electrónicos que me llegaban, siempre soñando con una oferta de trabajo, me llegaban estas cosas: ¿Quiere ser flaco?, “He aquí la fórmula mágica”, “Cosméticos para la belleza facial “, todo, mil pavadas, nunca un mail que dijera: “Señor, sabemos que usted se encuentra en una búsqueda exhaustiva e incansable de trabajo. Queremos ofrecerle que usted sea parte de nuestro proyecto, coloque al final de su respuesta la cifra que lo haga feliz”. Cuantas veces soñé con ese mail. No, nunca llegó. Tenía un blog, ahí publicaba cosas, algunos me decían que les gustaba lo que escribía, hasta las chicas lindas. Igual no le daba mucha importancia, yo pensaba que todo eso era una porquería, además era una acción egoísta mía, lo hacía para olvidarme de eso. El vidrio de mi ventana vibraba cada vez que pasaba un colectivo, así me despertaba cuando me quedaba dormido escribiendo. Me dolía la espalda, estaba flaco, mi camisa tenía cada vez más pelos (hecho que hacía replantearme la vida), perder la fuerza del cabello, era un costo político muy alto, y no estaba convencido de poder afrontarlo. De pararme sobre un púlpito y decir: “Señores, he aquí un hombre calvo”, de todos modos, era sólo un hombre, bah soy sólo un hombre, y ante las desgracias genéticas nada se puede hacer. Veía el noticiero, me decían que aumentaba todo, que afuera era Kosovo, que los sindicalistas tomarían el poder, que las clases medias llegarían a ser parte de las clases altas, entre otras cosas. Ese noticiero, era un claro retroceso para todo proceso creativo. Me debatía en ese entonces, en pasar las x para un lado o para el otro, y me dolía que la ecuación siempre me diera negativa (siempre que una cuenta te da negativa algo mal estás haciendo), claro está que los hombres de letras, estamos de este lado porque perdimos la guerra contra los números: nos pasearon, nos tiraron con toda su artillería, y nosotros –ingenuos- firmamos nuestra retirada, así no más, sacamos la banderita blanca, y dijimos: “Señores, si quieren venir que vengan, no les presentaremos batalla”, y nos fuimos desterrados a otra tierra, con libros, con ideas, con compromiso social, dejamos algo estrictamente racional, y nos metimos en el campo sentimental, luchando porque alguien leyera lo que escribíamos, y también porque esa mina nos diera bola. Paseábamos por Santa fe, sin bolsas, sin la ropa último modelo, tomando un mate helado, con risas de por medio. Tenía un pizarrón en dónde anotaba todas las veces que perdía. Ponía, hoy tanto del tanto, volví a perder. Sí, así eso, lo anotaba. Gastaba toda mi plata, la que me sobraba, en auriculares, gran negocio, para aquellos que siempre hacen uno más débil que otro, y no te duran más de dos meses. Hablaba con mi hermano, estaba harto, cansado de trabajar en el call centre, siempre soñé con armar un gremio enorme que sea sólo para los trabajadores de los call centre, y romperles el culo a esas empresas extranjeras que se manejan con las leyes que ellos quieren. Yo sé lo que es trabajar en un call centre. Una vez fui convocado por esos portales de trabajo, que nunca te consiguen nada. Pero esa vez me consiguieron una entrevista para hacer llamadas a España vendiendo líneas telefónicas. Una mentira gigante, un robo a mano armada. Fui varios días a prueba. El último día tenía que vender alguna línea. Si no te decían: “ves ahí al final de la escalera, esta la puerta, chau”. Y fui ese día, no le vendí nada a nadie, estuve cuatro horas (parecían cien), llamando a pueblitos de España, vendiendo algo invendible –ya había en ese lugar muchos hijos de puta que tenían cancha, y para mí propio asombro, hacían tonada gallega, unos hijos de puta- ya las últimas llamadas entre tantas puteadas que me comí, decía: “Señora esto es un robo, deje todo lo que está haciendo y escúcheme atentamente. Usted va a tener que dejar su empresa telefónica por la nuestra, que es claramente peor que la suya y le cobran más caro. Ah, me olvidaba, el servicio es malísimo, y por último no soy de España. Llamo desde Argentina, la capital de los chorros, y si créame le estamos robando. Ahora usted me tendrá que facilitar su documento y su cuenta bancaria. Y tenga mucho cuidado con lo que hace, la estamos observando. Y tampoco se atreva acortarme el teléfono”. Claro está la respuesta de la gente, me deseaban una hermosa estadía en la concha de la lora, y también se acordaban muy bien de mis antepasados españoles. Termino el horario de trabajo, cabe destacar que no me pagaron un peso, me llamaron y me dijeron:” ves, ahí al final de la escalera, esta la puerta, chau”. Nunca fui tan feliz en mi vida, era como cruzar el último paredón de la cárcel. Debo reconocer que el sueldo era bueno y me daban obra social, pero no estaba dispuesto a mentirle a la gente tan descaradamente. Sí, soy argentino, pero tampoco para tanto.
No estaba dispuesto a mentir por otro. No sé porqué escribí todo esto en pasado, puede que sea parte del pasado, también del presente o del futuro. Puede que todo esto nunca haya existido. No se reduce en ningún pluscuamperfecto, ni pretérito, o si. Si, ya sé tengo que conseguir trabajo…

Qué te pasará por la cabeza, flaco.

Qué te pasará por la cabeza, flaco. Esa camisa verde que te sigue a todos lados, siempre involucrada en la joda. A dónde estarás mirando, qué carajo pensas. Tenes que pensar menos. Ese enojo, esas muelas apretadas, piden descanso. Estas decepcionado, te decepcionaron. No te tiene que importar, no le debes nada a nadie. Déjate de joder. Sos narcisista cuando te lees, y después decís no, esto es una mierda, y borras, borras, siempre borras. No queres pedir, te duele pedir. Te duele la esquina, la basura, mirar para el costado. Estás empecinado, y cómo, cómo te empecinas. Tenes la pera rota, ya de pibe; te arrancaste los puntos apenas saliste del hospital, tenías dos años, y le dijiste al médico: usted es un boludo y me cago en sus puntos. Naciste antes de tiempo, y la peleaste, en una vidriera, esperando la muerte. Vos sos tu principal enemigo, vos alimentas al monstruo. Siempre estás mirando por la ventana, buscando no sé qué mierda. Queres volver, pero tampoco te entusiasma mucho. Siempre jugas para el equipo de fútbol más debilitado, juntas a los tuyos y les decís vamos a ganar, y sabes que no podes pero nunca dejas de intentar lo imposible. Llegas y miras a todos y decís: perdimos, pero ya vamos a ganar. Moves las fichas, te desproteges y no te importa. Ya no toleras a los imbéciles, no los dejas ni acercarse. Los queres cagar a palos. No crees en nada, ni en vos. No te crees lo que decís en las charlas, dónde desplegás argumentos creíbles, llenos de decoro. En los pasillos de la facultad. Cantas retruco con dos cinco y un cuatro, y nunca salís de las malas. Estás flaco, y tu camisa abarrotada de soledades. Te miras las manos, las líneas que se cruzan. Por tu edad no tenes derecho a frustrarte. Lees, lees, que mierda lees, eh! Perdiste el inglés, lo guardaste en un cajón. Vas al cajero, y tu tarjeta no anda, y le pegas al monitor, hasta cansarte y viene el guardia, te saca, y lo puteas, y te vas caminando por la avenida. Parece que estás apurado, que algo te corre. Sos un pasante de la vida, no te pagan y aceptas quedarte horas extras. Vas por constitución, sentado al lado del que labura toda la noche y usa tu hombro como almohada. Y todas te pasan a vos. Y vos le pasas a todas. No podes dejar de bailar este tango, que te agarra la mano, te saca a bailar, y vos no sabes cómo parlo; lo silbas, lo cantas en la calle, pegas un saltito, te rascas la nuca, y seguís con ese tango oxidado. Te envuelve y te pega un baile tremendo. Queres que todo llegue ya. Guardas papeles, papelitos, volantes, tapas de gaseosas, en esos bolsillos rotos que tenes. Y esa camisa verde. Y ese pantalón que odias. Le pedís al mozo un café y le decís que tenes solo para el vaso de soda. Detestas los shoppings. Y te subís al subte sin pagar, y se desmalla una vieja. Y la puta madre. No te acordás cuál era tu enojo, pero por las dudas te inventas otro. Y qué te pasará por la cabeza, flaco. Déjate de joder, todos se cagan de risa y comen la torta de hojaldre, y saben que es una mierda pero la comen, y dicen que es rica. Vos la agarras, la doblas en la servilleta y la tiras por la ventana. Te bañas a la mañana, y te miras las ojeras, que te llegan al piso. Que te pasará por la cabeza, flaco. Larga el tango, de una vez.

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...