Cosas estúpidas



Y puedo escribir cursilerías, baratas, estúpidas, de corazones recortados, de plazas vacías de invierno, de chicos que vienen de la escuela. Cuantas estupideces puedo escribir, sin que a nadie le importe, porque son meras estupideces, y todo termina olvidado en un archivo de Word, que después voy a releer y borrar, o dejarlo, ahí, suspendido en el espacio. Convenciéndome de que algún día de estos, me agarra un ataque de creatividad y lo termino. Se puede tener seis meses grises, después es tiempo de volver a color, así, como me gusta, sin más. Y darle la espalda. Puedo escribir historias, que siempre recuerdo, que me siguen sin pudor, en ese dialogo que se establece por las noches. Puedo responder miles de preguntas, y hacerme el boludo, porque si me conoces, a mí, claro, nunca me gusta decir todo, soy así de jodido, un tipo realmente complejo. O mejor dicho, un boludo importante. Que siempre pago los impuestos tarde y espero atrás de la línea amarilla, que la gorda que atiende, se rasque las tetas y me llame. Puedo contarte que siempre abandono todo, así, muy suelto, me tiro siempre a la banquina. Que en Buenos Aires, ya viví en tres barrios distintos, porque a mí, te cuento, me encanta el turismo; nada tiene que ver en esto, el alquiler, las expensas, las garantías, los meses adelantados que hay que poner. No, a mi me encanta mudarme, es así. También es para cambiar de línea de colectivo. Te puedo contar que siempre pierdo el hilo de las conversaciones porque estoy pensando en otras cosas. Y te hago el gestito, así, como que entiendo todo, pero en realidad no sé de qué hablas. Te cuento que fui un futbolista, formidable, elegante, gambeteador, encarador, y no sé cuantas cosas más, en los sueños. Soy de escorpión, sí, sé qué lo estás pensando, un hijo de puta. Puedo escribir de cosas trilladas, de sueños frustrados, pasiones inútiles, pavadas, cursilerías, baratas, estúpidas, así, de corazones recortados. Te cuento que no retengo las claves de la tarjeta de débito, y claro, cuando le erras varias veces, así todo muy progresista, te anulan la tarjeta, y te invitan al banco a pedir una nueva clave y fumarte una cola, de esas que sirven para replantearse la vida. Suelo desilusionar a la gente, que va a ser, no siempre se puede cumplir con las expectativas de todos. Eso me dijo el chofer de un colectivo, cuando llegaba dos horas tarde al parador de San Nicolás, y fue tan audaz su respuesta, que ahora la uso yo. Te cuento que la vida se va entrelazando por pequeñas estupideces, así como todas las que puse arriba, que, ojo, sumadas hacen la revolución. Y puedo escribir cursilerías, baratas, estúpidas, de corazones recortados, de plazas vacías de invierno, de chicos que vienen de la escuela.

Como ser un gran escritor

Tienes que cojerte a muchas mujeres
bellas mujeres
y escribir unos pocos poemas de amor decentes

y no te preocupes por la edad
y/o los nuevos talentos

sólo toma cerveza más y más cerveza.

Anda al hipódromo por lo menos una vez
a la semana

y gana
si es posible.

aprender a ganar es difícil,
cualquier patán puede ser un buen perdedor.

y no olvides tu Brahms,
tu Bach y tu
cerveza.

no te exijas.
duerme hasta el mediodía.

evita las tarjetas de crédito
o pagar cualquier cosa en término.

acuérdate de que no hay un pedazo de culo
en este mundo que valga más de 50 dólares
(en 1977).

y si tienes capacidad de amar
ámate a ti mismo primero
pero siempre sé consciente de la posibilidad de
la total derrota
ya sea por buenas o malas razones.

un sabor temprano de la muerte no es necesariamente
una mala cosa.

quédate afuera de las iglesias y los bares y los museos
y como las arañas sé
paciente,
el tiempo es la cruz de todos.
Más que
el exilio
la derrota
la traición

toda esa basura
quédate con la cerveza

la cerveza es continua sangre.

una amante continua.
agarra una buena máquina de escribir
y mientras los pasos van y vienen
más allá de tu ventana

dale duro a esa cosa
dale duro.

hace como el toro en la primera embestida.

y recuerda a los perros viejos,
que pelearon tan bien:
Hemingway, Celine, Dostoievsky, Hamsun.

si crees que no se volvieron locos en habitaciones minúsculas
como te está pasando a ti ahora,
sin mujeres
sin comida
sin esperanza...

entonces no estás listo

toma más cerveza.
hay tiempo.
y si no hay
está bien
igual.

Bukowsky.

El último vaso



Y si repetimos la canción, me decía el otro día. Ya no escribo nada, nada de nada, es más no sé si esto ya lo escribí. Tanto borrar, tanto, tanto punto y aparte. Busco, como el borracho, llegar airoso al último vaso. Aunque el borracho sabe que nunca va a llegar al último vaso. Pido siempre cinco minutos más, en la mañana helada. Una habitación oscura, ahí en medio de la nada, un mosquito que merodea. Un mosquito que merodea, ahí en el medio de la nada, de una habitación oscura. Y cuando poner el punto y aparte, sin puntos suspensivos. Abrir las tres llaves, sentarse en el cordón, a esperar el día, que viene con retardo, que viene de gira, sin un zapato. Y volver siempre volver, estando siempre devuelta, con la mirada pérdida en otras cosas. Y repetir la canción, escucharla caminando, con el tipito cantándote en la oreja, mordiendo una tapa de lapicera por el camino, por ahí, girando en falso. Muy lindos tus zapatitos, linda, muy lindos. Se cruzan los fundamentalistas del ombliguísmo y se saludan, se mandan cariños para sus familias. Todo con la mirada bajita, bien bajita, y siguen predicando. El borracho pide la última ronda, pero en realidad el mozo no le entendió bien, quiso decir la anteúltima, sin duda, dice el borracho, no me escuchó bien, se convence, se cree que dijo la anteúltima. Y perdí el hilo, perdí una idea en el camino, dejé algo brillante atrás, y se transformó en otra cosa, se convirtió en esto. Sin dudas perdí lo brillante que había escrito en mi cabeza, en varios párrafos, en varios tomos, con un mensaje directo, al hueso. Tanta coma, tanta subordinada, atascando el camino. El borracho mira por la ventana, ya falta poco para que termine el día, y todo vuelva a ser lo mismo cuando el sol ocupe su habitación. Y siga esa rueda que no quiere seguir pero no le queda otra que subirse, en busca del olvido. Muy lindo todo, muy lindo. Pero que hacemos, me pregunto. Cuantas combinaciones hay que hacer. Cuantas lapiceras hay que tirar. A veces tengo tanto para decir, y muchas veces, digo pero no digo nada, doy vuelta sobre lugares comunes. Escudándome, para no quedar a la intemperie. El borracho escribe en la pared, escribe, lo que más le duele haber perdido, perdió mucho, perdió todo, pero eso le duele, y sueña con que su mensaje llegue a destino, y todo, todo vuelva a ser como antes, volver, cerrando los ojos, a lo que era, a lo que fue, y dejar la mesa de esa esquina; el escribe en esa pared, para sí mismo, para perdonarse, para que lo perdonen, y no da vueltas, no da vueltas, escribe directo, no le tiembla el pulso, escribe, a pesar de su borrachera, escribe su mensaje con lucidez. Porque perdió lo más lucido que había hecho en toda su vida. El borracho escribe: “Paula papá te ama”, y pide el último vaso…

Soler






Pasan cosas grosas a la noche, grosas, grosas, es un decir, pero convengamos que sí, que pasan cosas grosas. Entre planteos morales, y enumerar lo que voy hacer al otro día, me acordé, no sé por qué, de un albañil que laburaba en casa cuando yo era pibe. El apellido de él era Soler. Creo –quizá es una generalización errónea- que era la única persona en este planeta capaz de bajarse un vaso de soda recién servido y que no se le cayera una lágrima. La tomaba de un saque, y nada che, no lloraba, no sé como hacía. La cuestión es que un día le hice una fea a Soler. Yo era un pibe, boludeaba, lo hice sin maldad. Mi hermano, después de muchos años, lo encontró en un natatorio, y dice que se acordaba de esta anécdota y se reía. Asique, no es nada grave. No me olvido más, Soler, nos juntó a mi hermano y a mí, y nos dijo que iba a cambiar una lamparita pero que no iba a cortar la luz. La lamparita que iba a cambiar era de una escalera, o sea, tenía para prender arriba y al final de la misma. Cuestión, que él se dispone a cambiar la lamparita, yo estaba abajo mirando como lo hacía. Y fue un instante, se me dibujo una sonrisa en la cara, y apreté la perilla para prender la luz. Ja, no me olvido más. Pobre Soler no le daba el cuerpo para putearme, apagaaaa me gritaba. Lo dejé pegado como tres minutos, y después reaccioné y apreté la perilla devuelta. Me acuerdo que me enoje, encima, si un cara dura, por cómo me había gritado. Yo pensaba que no había hecho nada malo. En fin, te cuento esto porque la boluda del tercero me despertó, con su caminata en taco aguja por toda su habitación. Deben ser hermoso esos zapatitos, pero no da amor, no da.

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...