las cosas salen


Qué esperanza tienen los que escriben un poco todos los días y esperan un rayo, un trueno, algo que ilumine un par de líneas o ninguna. Acá en Balvanera tengo un balcón con un par de plantas, algunas murieron por torpeza mía, otras siguen firmes, a veces me acuerdo y las riego, a la noche, a la madrugada. Yo soy de esos que esperan un rayo, un trueno, mientras tomo un mate o leo alguna novela. Siempre voy pidiendo perdón, a todos lados, creo en los abismos, y en los caminos de polvo. Me arrepiento, porque siempre que pasa el tiempo, uno se arrepiente de lo que no dijo, de las frases, de las miradas que no registre, y después es tarde, siempre es tarde. En el medio me voy distrayendo con otras boludeses, que nunca suman ni restan pero incomodan. Y ahí en ese punto, pienso, escribo, borro, leo, descifro, intento, me quedo a un costado, las cosas se acomodan, con el tiempo, y nunca salen de una, pero salen. Lo pienso cuando salgo del diario. Y cruzo a los radicales, los carros de los cartoneros, los actores, y doblo la esquina, por Entre ríos. Subo a un taxi que tiene olor a pino, digo la dirección equivocada, la cambio varias veces, me bajo a la cuadra. Voy cambiando sobre la marcha la táctica, el planteo. No me conformo, nunca. Me putean, acepto lo recibido, me rio, me puteo. Me levanto a la madrugada con los gritos de los borrachos de abajo, que arrancan a las piñas y siguen hasta que uno muera o se vaya, con las botellas que estallan y la cana que llega a repartir, y reparte, sin mezquindad. Y ya no puedo dormir, pongo la tele, el noticiero, muere gente, alguien gana la quiniela y no se presenta, y eso, apago, prendo la luz del escritorio, preparo el día, pongo música. Las cosas salen, je.

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