No puede ser, esta ciudad es de mentira




DEL BLOG DE CECILIA:

Decidí venirme a vivir a Buenos Aires de un día para el otro. Estaba pasando por ese momento en que sentís que nada de tu vida te pertenece.
Desperté un martes o miércoles o algo así y dije "Me voy a vivir a Buenos Aires".
Me había recibido hacía unos meses, estaba recién matriculada, trabajaba para un abogado casi gratis, tenía un departamento confortable, arrastraba una relación que no funcionaba hacía más de dos años, ya me había leído toda mi biblioteca al menos tres veces, había recorrido todos los lugares copados de aquella ciudad. Nada que me sacuda. Entonces es cuando el cuerpo te avisa: te tenés que ir.
Repartí los muebles y regalé la mitad de mi ropa de manera que toda mi vida entre en dos valijitas y un bolso de mano. Elegí los libros más chicos, llevé los demás a lo de Martín. Saqué un pasaje de ida, y me fui.

Llegué a la casa de una chica, que muy amablemente me dijo que tenía una habitación desocupada, que venga y me sienta cómoda hasta que me instale definitivamente. Todo transcurrió genial, entre entrevistas laborales, una que otra fiesta, caminatas interminables con una Guía T en mano, personas nuevas.
Un mal día, ella decidió que su vida le había dejado de servir. Pero en lugar de irse, la quiso dejar. Yo volvía de tomar unos mates cuando me encontré aquel escenario de intento de muerte, llamé a los profesionales y terminamos aquella noche y las próximas dos semanas yendo y viniendo a una clínica psiquiátrica. Allí estaban ellos, los locos. Locos de todos los colores, con la tristeza como lugar común. Nadie quería estar ahí, ni ellos ni nosotros (las visitas). Sin embargo, todos los días a las seis de la tarde llegábamos, hacíamos mate y nos sentábamos en ronda a hablar de trivialidades como si nada hubiera pasado y todo fuera natural. Me contaban historias, la mayoría absurdas. Me explicaban cosas fundamentales, como que los pavos reales son de la realeza.
Así estuvimos, hasta que mi roommate se fue de la ciudad, yo de su departamento y nunca volví a saber de la clínica ni de los locos.

Cuando llegué conocí a un chico que tenía una sonrisita tonta. De pronto me vi escuchando jazz a los besos en Thelonius, abrazados en el cine mirando La piel que habito, caminando de la mano por Corrientes algún viernes a la noche. Después simplemente alguna ficha no encajó lo suficiente y dejamos de hablar. Esas cosas pasan en todas las ciudades.

Cuando me fui del primer lugar, me fui al departamento de Flor. Desde que empezó todo el circo, ella me decía que me tenía que ir. Que ella tenía un cuartito, que iba a estar mejor. Y tenía razón. Limpiamos el cuartito, pusimos mis cosas, nos tomamos un vino y nos hicimos amigas.

En un par de semanas conseguí trabajo y al fin hice las paces con la ciudad.
Aprendí a andar en subte, descubrí el mapa interactivo que desplazó a mi Guía T porque te dice cosas como "Camine desde . . . párese en la parada del autobús, deténgalo, suba, inserte una moneda. . .". Descubrí que era cierto aquello de que Buenos Aires es la ciudad que nunca duerme. Entendí que todos están muy solos, y que es probable que se deba a que son demasiados y los trechos son largos. Los trechos afectivos, claro. A los otros se los saltea como si nada. Descubrí también la música indie, la moda hipster; aprendí a usar palabras como "random" o "border" y esas yerbas. De a ratos los veo en bloque, como si todos fueran "cool"y listo. Sin embargo, la simpleza que acarreo de haber nacido en un pueblo de diez mil habitantes me permite verles los detallitos especiales, originales que los hacen bonitos y hacen que cualquier chica crea en las personas.
Todavía descubro cosas cuando camino. Como lugares que son spa, pero también restó, pero también librería y al final del pasillo cabaret. O como personas que duermen en la calle, pero frente al televisor. A veces me digo aquello que decía Benedetti "No puede ser, esta ciudad es de mentira". Pero entonces un porteño calentón me grita que soy una mogólica y que casi lo piso, y entonces vuelvo a tierra y sigo caminando.

Estoy enamorada de esta ciudad. No tengo un lugar propio, tengo muy pocas pertenencias. Mi ropa no tiene nada de indie o de hipster o lo que sea. No hablo inglés y googleo las traducciones para saber de qué están hablando. Y estoy bastante sola, claro. Pero estoy segura de querer estar acá, de seguir caminando las callecitas de Buenos Aires que tienen ese qué se yo...de seguir cruzándome con chicos de sonrisas tontas, o de pestañas bonitas, o dulzura impecable.

No fue fácil elegir quedarme. Pero la vida es un montón de decisiones, y yo prefiero abrazar las que tomo. Abrazar la ciudad.

LINK ORIGINAL

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...