Batallón

El sueño era con mamá. Era otoño. Íbamos al batallón en donde las hojas de los árboles y las piñas tapaban los bordes de las calles internas del regimiento. Saludábamos al soldado de la entrada, ese que papá nunca saludaba y yo no entendía por qué. Íbamos caminando y el día era soleado y los pájaros se pasaban de rama en rama. Mamá llevaba su raqueta de tenis. Yo le pedía plata para comprar un helado de agua en el casino de los suboficiales. Lo compraba y volvía corriendo por la cancha de fútbol y me metía atrás del quincho. El helado era horrible, horrible, nunca había probado algo tan feo. Podría haber pedido de naranja y no de frutilla, pensaba. Entonces  rompía el helado con mis manos, lo estrujaba, hasta que desaparecía, hasta que ese mal paso se convertía en un palito, de una marca trucha. Lo rompía y me largaba a llorar. Lloraba hasta que las lágrimas se confundían con las gotas de frutilla de mis manos.  Lloraba pensando en mamá, que había confiado en mí y me había dado plata para eso que yo había asesinado. Iba a la canilla de la que no se podía tomar agua porque era de pozo, me ponía en puntas de pie y me lavaba las manos como lo hubiera hecho un asesino. En el sueño  yo me creía un asesino.  Me veía señalado por mis amigos del batallón como un asesino. Sacado por los soldados a punta de pistola por ser un asesino. Después intentaba secarme las manos moviéndolas con rapidez. Caminaba por la cancha de fútbol con las manos en los bolsillos como si no quisiera levantar sospechas. Después aparecía mamá y me preguntaba si había comprado el helado. Yo le decía que sí, que había sido tan rico que lo había liquidado enseguida. Y mamá no sospechaba nada. Y yo me sentía tranquilo, muy tranquilo. Después buscábamos su raqueta en la cancha de tenis. Era evidente que el profesor no iba a llegar. Y volvíamos a la calle empedrada del batallón y nos íbamos sin hablar. Yo sostenía en mi mano derecha el palito del helado. Me veía de atrás y el sueño terminaba.

Vodka

Me sacaste el vaso de vodka, lo tomaste y lo tiraste como si estuviéramos a orillas del mar y estalló como si hubiera chocado contra las piedras de un acantilado. Bailando eramos un solo cuerpo. Y parecía que todos nos miraban sorprendidos. Como si realmente hubiera un mar a nuestros pies, un mar cristalino, con peces borrachos, con algas verdes y rojas y tetas de silicona con formas de aguas vivas, un mar de dos baldosas que se hundía profundamente y la arena se comía tus talones y el ritmo nos iba agarrando y empezábamos a salpicar con agua salada a todos y los peces estaban pasados y vomitaban por todos lados y el agua iba y venía. Y las luces me pegaban en la sien y mi hermano no aparecía y ya no quedaba nadie y de a poco nos iban acorralando marcando la salida con una mano en el hombro como guía y una mirada profunda. Había que despertar, había que salir del trance. Y afuera llovía. Yo pensaba en el agua y en esa manera de caer, pareja, igualitaria para todos. Aunque la diferencia estaba acá, en el suelo, al que vestían con techos de chapa, con tinglados, con casas de dos pisos, con puentes y rutas, en donde no hay nada, solo tierra y desolación. Tierra sin murallas, ni ventanas, solo tierra.  Pensaba en eso, en la lluvia y en parar un taxi por Juan B Justo.

Tallos

Voy caminando bajo una lluvia torrencial / Mi ropa se va desintegrando /Como si fuera de papel/ Es de papel / Al llegar al cruce de las esquinas / Ya desnudo/ veo crecer unos tallos verdes que se tragan el agua y la mugre/ Los tallos son órganos que sostienen a las hojas, a las flores, a los frutos/ Tienen nudos en su interior/ Consigo arrancar uno/ Camino con el tallo en la mano/ No sé por qué camino/ No sé por qué arranque el tallo/ Miró para atrás y los tallos desaparecieron/ Camino con el puño cerrado/ Los tallos van creciendo entre mis dedos y me toman parte del brazo/ Sacudo con fuerza/ Los tallos caen a la vereda/ Me despierto/.

Piedra

Golpear la piedra de la casa

Golpear con fuerza

Hasta que aparezca un punto

Golpear mientras el sol duerme

La tensión descansa en la piedra

La Anguila- Eugenio Montale

LA ANGUILA  (Traducción de Horacio Armani)

La anguila, la sirena
de mares fríos que abandona el Báltico
para llegar a nuestros mares,
a nuestros estuarios, a los ríos
que remonta en profundidad, bajo adversas corrientes
de brazo en brazo, y luego
de arroyos en acequias más estrechas,
cada vez más adentro, más en el corazón
de la piedra, filtrándose
por fangosos canales hasta que un día
una luz lanzada desde los castaños
su brillo enciende en charcos de agua muerta,
en las fosas que bajan
desde los riscos de los Apeninos a la Romaña;
la anguila, antorcha, fusta,
flecha de Amor en tierra
que sólo nuestros cauces o resecos
arroyos pirenaicos devuelven
a paraísos de fecundación;
alma verde que busca
vida donde tan sólo
reinan sequías y desolación,
centella que nos dice
todo comienza cuando todo parece
carbonizarse, sepultada rama,
iris breve, gemelo
de ese que engarzas entre tus pestañas
y haces brillar intacto entre los hijos
del hombre, inmersos en tu barro, ¿puedes
no pensar que es tu hermana?

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...