Ahora vivo en Rosario. Atrás quedó Buenos Aires. Como yo no soy empleado de nadie, decidí no seguir adelante con el juicio al diario Edición Nacional. No me importa esa guita. Sus dueños son oscuros y asesinos. Por el momento vivo en casa de amigos. Es difícil está ciudad. porque hay demasiadaas chicas lindas y, encima, no me dan bola. En fin, paso mis días en la biblioteca y tomando cerveza en bares que dan al río. Ah, además, estoy ayudando en el lanzamiento de una radio online. Fin del parte.

1 comentario:

  1. Rosario es dura, pibe. Hermosa, centelleante, pero muy dura. Y puede ser un día tuya, y otro, ajena, como si nada. Una vez me imaginé colonizándola, en uno de esos ciclos disparatados de fuga. Por eso al llegar, como para disimular, me decidí por inventarme turista nórdica (así no sentía demasiado el vacío que al principio te hacen esas gentes tan pulcras - ¿viste qué bien visten en el centro, qué inmaculados?). "Soy noruega", repetí. Y me escondí el pelo indio. Y así me largué a mapear las calles, con una libreta larvando el bolsillo de mis ridículas casacas Mao. Para anotar las direcciones puntuales de esas casas centenarias y desvencijadas que serían la locación de mis historias de fantasmas. Porque en el 2001 todavía quedaban casonas con remate asimétrico en las azoteas y hierros retorcidos por misterios y traiciones. Y en esa época, qué decirte, también sobraban los hologramas humanos. Me fascina la asimetría y Rosario me la regalaba a diario. La idea era volver a sacar una foto de esas casas cuando abandonara la rebeldía no tener una cámara. Así que deambulaba, me paraba y anotaba. Esas direcciones mágicas. También me guardaba datos de esos secretos boliches de antigüedades huérfanas soñando con rescatarlas. La gente me miraba algo extrañada, recuerdo - son muy chismosos los rosarinos, atenti -. Bueno, yo empilchaba bonito pero muy raro. Pensarían, seguramente, que era una tipa importante. Cualquier cosa menos una náufraga. A decir verdad, me divertía el asunto de ser una turista en tránsito perpetuo. Claro que no podía durar mucho el asunto. Porque con el tiempo entendí por qué huían de la seductora Rosario los Fitopáez. Aunque nunca comprendí qué retenía a un Fandermole o por qué se aferraba a ella, entre puteadas, Abonizio. Quizás un cóctel de amor y odio los tenía narcotizados describiendo ríos o personas. No sé.
    Lo cierto que un día me di cuenta de que con este pelo casi aymara no fichaba bien como noruega. Entonces hice fuerza para ser como ellos, los locales. Me vestí más moderada. Me puse a leer de agronomía para entender qué mierda decían los reyes de la soja porque no les entendía nada. Y me conseguí un laburo. Y ya no escribiría sobre espantos, sencillamente, los viviría. En esos tiempos creo que perdí la libreta de las direcciones mágicas, junto con mis chaquetas Mao y el sentido de para qué me había mudado. Pero un día encontré algo entre tanta pérdida: mi historia personal, esa maraña de propias calles y propias casas, esperándome en una Buenos Aires que me perdonaba. Y como las palomas de tu poeta que vuelan solo a los patadones, me levanté a los tumbos y al rato, me sentí liviana.
    Es una ciudad bonita Rosario aunque, para mí, su sociedad... es demasiaaaado calma. No te guíes por el marketing que Rosario hace de sí misma como una ciudad tan avanzada (en el fondo, es muy tradicional). Y quizás eso sea lo que a algunos nos atraiga a rebelarla. Sacále lo que puedas, arrebatále sin culpas sus historias vedadas (es buena escondedora, raspá y robále sus máscaras porque Rosario, te advierto, es muy, muy avara). Pero vale la pena la hazaña de pensar en colonizarla. Los tiempos cambiaron y me dicen que floreció nueva gente que podría transformarla. Quién sabe si vos...

    ResponderEliminar

  A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...