La flecha envenenada

Hace tres meses que estoy llevando a mi perro Beto a la veterinaria. Un día, una mañana de luz, apareció caminando como si tuviera 108 años de edad. Arrastraba las piernas con mucho esfuerzo, le costaba sentarse. Beto es un intento de coli, muy hermoso, con un pecho blanco que brilla. Es tan hermoso que la mayoría lo confunden con una perra. Tiene la habilidad de salir a pasear sólo, le abro la puerta a la mañana bien temprano y sale, da una vuelta manzana y después vuelve a casa.

El primer día que lo llevé a hacerlo ver, tenía 40 grados de fiebre y una infección urinaria, que hizo que las cuatro patas se le hincharan de una forma extraordinaria. Entonces comenzó el derrotero de las pinchaduras. La zona de la próstata es complicada y darle cuatro pastillas a un perro es realmente difícil. Por eso tuve que empezar a llevarlo día por medio a ponerle la vacuna. Primero te abren la puerta con un portero eléctrico, después hay que atravesar el pasillo minado de producto balanceado, para llegar a una sala de espera repleta de gente con otros perros. Hay que sentarse y saludar, ser amable, y hasta intercambiar alguna palabra! En esos momentos mi perro no sabe bien qué le pasa. no sabe si mover la cola, si comerle el brazo al tipo de al lado. En fin, pinchazo, dos preguntas, y salimos de ahí más empobrecidos que nunca. Cada pinchazo sale una fortuna.

Lo cierto es que Beto es una especie de montaña rusa. Un día amanece excelente, con buen estado de ánimo, otro día parece un veterano de guerra, al borde del abismo. Cuando estamos sentados esperando para que nos atiendan pienso en la fábula de la flecha envenenada. Es quizá una ley, si llevas más de cuatro veces a tu perro al veterinario en el mes, la flecha envenenada comenzó a funcionar.


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