Una vez, en una peña universitaria, estaba desplegando todos mis artilugios, de oratoria, claro. Ya cuando a esas horas mucho no importa lo que uno dice; si conjugas tres verbos seguidos ya es un logro, y, si encima, metes dos o tres frases armadas, te llevas un par de aplausos. Bueno, eh, a donde iba….no sé, mucho, mucho, no me acuerdo en qué terminó todo eso. Si que al final, medio que nos fuimos rápido del lugar, medio apurando el paso, el clima se volvió hostil, después viscoso, cuando dije….bueno no me acuerdo. La muchacha ojos de tiza, no de papel, perdón, la perdí en esa corrida bancaria. Pero sé que la vida no es fácil -ojo soy un muchacho triste, eso lo tengo claro-, pero igual tengo un poquito de sentido del humor. No supieron interpretarme. Una vez (otra vez), desperté al ladito de las olas, en Mar del Plata, les aclaro yo nací ahí, después de una noche de gira, y, claro, una borrachera espantosa. Ya estaba en esos años los operativos pelotudos de Scioli, que sigue siendo, también, un pelotudo. El sol medio que me había ganado la batalla, bah, la ganó. Lo bueno es que no entendía nada. Ya vamos hablar de política, amor. No te enojes conmigo, que para eso ya estoy yo. Dos no. No da. Una vez (otra, otra vez), me preguntaron vos sos el que escribe en el blog, ese, eh, ese, si el que escribe boludeses, je. Creía conocerme, pero bueno, le expliqué que en la vida no todo es verdad, y esa sensibilidad que rodea al mundo también se toma vacaciones, aunque se puede, en fin, ser también un insaciable. No sé que más me preguntó, yo que soy vanidoso, pero le pongo un disfraz para que no se note, conteste otra cosa totalmente fuera de la cuestión. Creo, en fin, que la piba no lee más esto. Suele pasar, suele pasar. Una vez (otra, otra, otra vez) me puse mi mejor camisa, y me tomé el tren para ir a buscar a una mina, después mucho no funcionó la cosa, pero la pasamos bien. La cuestión es que le erré al tren que tenía que tomar, hoy es todo risas, pero en ese momento no era todo risas. Otra vez, en una fiesta en la que habían cortado la calle, y se inauguraba una unidad básica, yo me senté, después de pelearme con todos los que me venían a comprar a la parrilla, en el cordón de la vereda. Tanta veces denostado, dejado de lado (de ahí viene mi devoción a los cordones de las calles). Tenemos esa épica que no siempre resalta, que espera una pincelada, a tanta grisura, a tanta frialdad por la noche, pocos entienden a veces de qué carajo hablo. No importa. Siempre digo no importa. Y ahí estaba yo, sentado como siempre en el cordón, con una cerveza helada, que miraba cada vez más de abajo. La noche estaba hermosa. Una brisa de aire fresco me pegaba de todos los costados, así como desafiante. Ya estaba cansado, crucé mis piernas, con mis manos sobre las rodillas. Metiendo un trago, dos, tres. Dejando pasar las horas, cantando una canción, la marcha. Yo la esperé sentado en el cordón de la vereda, con una cerveza, sin épica, sin resquemor, con un dolor en la espalda terrible. La esperé sentado en el cordón de la vereda, con un vaso vacío.
El vagabundo que está llamando a tu puerta tiene puestas las ropas que tú llevaste una vez.
Otra vez
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