Big bang


Yo cruzaba toda la ciudad, primero tomaba el subte, después un colectivo. Era invierno, caminaba por la plaza helada, doblaba en una esquina, compraba en un kiosco. Me acuerdo que vos me decías que entendías eso de la arquitectura de la mentira, que tenía sentido, pero no era todo. Si para lo formativo, para el inicio, pero no para todo el bagaje. Ponías el agua, fumando, me ofrecías un café. Yo te explicaba eso de tomar los elementos, unificarlos, desembocar en otra cosa; un significante con múltiples significados. Vos mucho no creías en eso. Siempre que te mostraba algo sabía -siempre- que lo ibas a pulir, sin rodeos, a fondo, marcando el estilo, sin eufemismos, tachando, con una lapicera roja. Vos escribías bien, demasiado bien. Eso me gustaba, crecía leyéndote, aunque no me dejabas. Muy poco pude leerte, tenías espesura, te deslizabas de línea en línea como huyendo de algo, de alguna historia inconclusa, con una musicalidad inalcanzable. No me dejabas leerte porque decías que no era objetivo, que no eras idiota; sin mirarme, olías mi obsecuencia, yo me reía. Me decías que tenía que llegar al chan-chan de mi tango, que a veces lo silbaba demasiado fuerte, otras bajito, fuera de tono, con la mirada pérdida. Que en ese pozo donde yo creía tirar escombros, miles de escombros, no tiraba nada, solo papelitos, bollitos, cenizas; que el edificio que yo creía estar construyendo era insípido, vacío, un armazón de arena, que podía pararlo, mirarlo por un rato, unos días, pero no iba durar mucho, quizá una semana, dos, un año, con suerte, pero se iba a caer. Ponías música alta, te acomodabas el pelo, sin soltar el cigarrillo. Seguías leyendo, pensabas, ironizabas, te reías, tomabas un poco de té. Siempre el mismo freno, la misma imagen, el mismo recurso, sin llegar al fondo de la cuestión, lo volvía lento, predecible. Así andaba, predecible por todos lados, repetitivo. Nunca ganaba una discusión, siempre retrucabas todo, y con énfasis ganabas. Y sabias que cuando yo te decía algo serio estaba mintiendo, sabías que no creía en eso, que era un artilugio que usaba de memoria, como cuando me rascaba la nuca. Decías que me sentaba bien la primera persona, que no me gustaba ser extra, que para eso tenía que correrme, hacerme a un lado, mirar cómo se armaba la escena, escuchar el ritmo, y que yo no me iba a rebajar a eso, por terco, obstinado. Y claro, tenías razón, yo estaba obstinado, con el bocho en otra, buscando atar lo suelto, agarrando cada parte, haciéndole un nudo, probando, dejando. Eso ya no era lo mismo, era discontinuo, y yo estaba convencido que sí, que con solo atar las partes se podía seguir camino. Y en realidad me estaba atando los zapatos, solo eso. Siempre te dije que lo que más me gustaba de tus líneas era cómo llevabas la tensión al mango, y en unos instantes, le rompías la cabeza al que leía, con algo de otro planeta. Ese Big-Bang que armabas, intenso, explotaba en un momento impensado. Y qué quilombo hacías, eh! Bien tuyo y de nadie más. Todo volaba por el aire, no te daba tiempo a cubrirte, porque no lo veías venir, yo no lo vi venir. Te reías a carcajadas limpias, cuando te decía eso del Big-Bang, te revolvías el pelo, te pintabas las uñas.

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