El vagabundo que está llamando a tu puerta tiene puestas las ropas que tú llevaste una vez.
Todo es una foto
Los días no pasan, pongo la pava. Me siento a esperar, me acuerdo de la pensión, de ese bolso azul. Los caminos. De esa tarde. De ir y venir, siempre, bajando y subiendo. De tu mensaje indescifrable. La simpleza y su multiplicidad, todas sus facetas ocultas. Ya no pido tanto. Me río, falseando, así, por las dudas. De no contar todo, esa puta costumbre, de guardar las palabras como cuidándolas, de los demás, de la rutina. Me siento a esperar, a orillas del río. El agua está. Voy caminando, me rasco la nuca, sin pensarlo, saludo. Pateo una piedra a la bocacalle. Salto un charco, me mojo. Voy pensando en otras cosas, cruzo la calle por la mitad. Siempre espero más, y me veo en el medio, siempre ahí. Me tomo un mate. Esa tarde en plaza de mayo, esquivando palomas, yo hablando pavadas, como siempre, vos riéndote. Los desencuentros, y los amigos que ya no veo, y todo se envuelve en ese trajín, que te va distanciando, y quedamos pocos, aguantando. Siempre me estoy yendo, sin saludar, y vuelvo después. Me tomo una cerveza helada, con amigos, al lado de un fuego, mirando la ciudad, y sus luces, la luna que baja, besa el piso y vuelve arriba. Canto una canción, bajito, para no irme de tono, me voy a la mierda. Las imágenes que se van dibujando, entrelazando, con todo su vigor, y las pesas del pasado. Tengo que volver. Siempre estoy en eso, con un libro empezado, en el bolso, y ese andar desfachatado, desprevenido, de todo, de nada. La cadena de significantes, y tus demandas heterogéneas, que nunca puedo unificar, y esos días que me acuesto temprano, apago todo, y me quedo pensando, en nada, en todo. Destapo una sonrisa, una carcajada. Y el gusto a poco. Me levanto, escribo algo, borro. No puedo plasmar las ganas, pero qué convencido que estoy, como nunca, como siempre.
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