Por Guillermina Genovese
Publicado el domingo en Edición Nacional
En el medio de la tensión de cara a las próximas elecciones para elegir
nuevas autoridades de la CGT ,
Hugo Moyano se coloca frente a un dilema al enfrentar al movimiento obrero con
un gobierno que innegablemente ha devuelto la dignidad a los trabajadores.
La instauración a partir de 2003 de un modelo productivo
reindustrializador con inclusión social, orientado hacia el mercado interno y
la generación de empleo; la recuperación de las negociaciones colectivas de
trabajo – piedra angular de la actividad gremial-; la estatización de los
fondos jubilatorios; y la significativa recuperación del salario en
la participación de la riqueza, dan cuenta de un proceso social
ascendente de recuperación de derechos para los trabajadores y sus
representaciones sindicales.
Ahora bien, las tensiones entre el ala política y la sindical del
peronismo fueron una constante en la historia del movimiento, traducida en
violencia, ayer, reservada a la pura retórica, hoy. Si hay algo que el peronismo
ha hecho es decirle a los trabajadores y sus gremios que debían involucrarse en
política. El 17 de octubre de 1945 conserva trascendencia en el tiempo no sólo
por ser el mito fundacional del movimiento sino también por convertir a los
trabajadores en actores políticos. Por ello, las aspiraciones del líder de la CGT de trasladar su actividad
gremial a la esfera política no resultan ajenas. Pero en esta decisión, el
titular de la central obrera pretendió dejar de ser un aliado del kirchnerismo
para convertirse en su socio, una pretensión que ya tuvieron otros dirigentes
sindicales –Cipriano Reyes y Vandor, en distintas épocas - en la larga historia
del movimiento obrero organizado y su relación con el peronismo. Lo cierto es,
sin embargo, que el movimiento nunca aceptó el doble comando, por lo que la
estrategia disruptiva planteada por Moyano lo conduce inevitablemente a un callejón sin salida.
Si bien la práctica política corre por terrenos que suelen distar de la
lógica teórica, en la comparación del kirchnerismo con la década menemista
realizada por Moyano, la conducción sindical vuelve a dar un salto al vacío. Si
bien los reclamos de la CGT ,
principalmente la eliminación del mínimo no imponible al salario, son demandas
justas para el conjunto de los trabajadores, el líder de camioneros no puede asimilar
seriamente a la “sintonía fina” del kirchnerismo a las políticas de ajuste de
la década menemista. Se trata de una lectura demasiado inexacta e inapropiada
para alguien que no solo conoce a la perfección el paño político, sino que
también ha sido el representante de la resistencia sindical a la reforma
estructural de los noventa.
En este escenario de ruptura, que describe un punto de no retorno en su
relación con el Gobierno, Moyano deberá demostrar que cuenta con la suficiente
fuerza para continuar al frente de la central obrera sin el apoyo del
kirchnerismo. Habrá que esperar a la resolución de las internas para acercarnos
a un escenario más o menos definitorio, pero todo indicaría que la CGT va a camino a la
fragmentación, un proceso que tendría no sólo consecuencias para la
representación gremial y su vínculo con el gobierno, sino que implicaría un
debate mucho más profundo sobre el modelo sindical argentino.
Lic. Guillermina Genovese
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