Le mando un mensaje a mi hermano, a la madrugada, le escribo, cuando vuelva vamos a tomar una cerveza en el techo de casa. Me pregunta si estoy borracho. No me acuerdo. Vamos a tomar una cerveza en el techo, tenemos que ver cómo subimos, yo tengo un leve plan, pero no sé, hay que ver.
Hoy llegué y subimos al techo. Fuimos al garaje, donde mi viejo guarda todo lo que no va a usar, y sacamos su escalera. La que se compró después de que rompió la baranda de la cucheta que usaba como escalera. Esto es un desafío le digo a mi hermano, que está tan entusiasmado como yo. Los perros también quieren subir, pero no saben cómo. Nosotros también queremos subir pero tampoco sabemos cómo. El patio tiene una galería y más atrás un baño. Por las tejas no podemos subir, porque no soportan el peso de seres humanos. Decidimos subir por el techo del baño, ya estamos con la escalera. Sostene le digo, como si en sus manos depositara mi vida, como diciendo mira que si me caigo es tu culpa. Subí medio temblando, no había pensado en el temor, aunque creo que pienso demasiado. Mi viejo me lo recuerda todo el tiempo. Ya arriba, le digo que suba, demostrando seguridad. Pienso que no hay que tener seguridad, solo hay que mostrarla.
Con eso alcanza, y alcanza a los otros. Cierro el paréntesis. Mi hermano sube, creo que es más hábil que yo. Ahora miramos y soltamos una risa, como cuando éramos chicos, somos, no queremos dejar de serlo. Bueno, hay que pisar el techo del quincho, al costado están las tejas naranjas de la galería y después viene el techo de la cocina, que es un techo a dos aguas. Pienso en el peinado de un amigo. Hay que tener en cuenta que los techos son terrenos desconocidos para casi todas las personas que habitan sus propias casas. Poca gente se sube a su techo. Yo subí con mi otro hermano una sola vez, después de una pedrada, que tapó las canaletas y nos inundó la casa. Me acuerdo que, cuando subimos, estaba Mario, un vecino que ahora no vive más al lado. Y que, además, después se peleo con mi viejo, como (casi) todos los vecinos. Mario era un pelilargo, bastante nabo, que, recuerdo, nos preguntó si subíamos a sacar las piedras de las canaletas. No, subimos a jugar al ludo matics, le dije. A partir de ahí nunca más me saludo. Yo si para molestarlo. Ya está, pasamos el quincho, atrás las tejas naranjas, atrás Mario y su pelo largo, atrás el techo a dos aguas. Ahora, según el diagrama de la casa, viene el otro garaje, el que vendría a ser también el frente de casa. Ese techo tiene membrana le digo a mi hermano, como si fuera un terreno más seguro. Llegamos y está la membrana, no se la robaron. No se ve mucho para la calle porque el frente de la casa tiene un cordón que no deja ver. Si, se ve el árbol de la calle y se ve el edificio de enfrente, pintado con esos colores que nos castigan todos los días, un verde alga y un marrón sin vida.
Estamos en donde vamos a tomar la cerveza.
La cerveza está abajo.
Hay que bajar.
Hacemos todo el recorrido de vuelta. La escalera está en su lugar. Esa escalera tiene una anécdota. Una vez un plomero vino a casa a cambiar el termotanque. Yo y mi hermano estábamos en el jardín, porque mi vieja nos pidió que observemos a los plomeros. Estábamos tirados en el pasto y el sol nos vigilaba a nosotros. Y la vida es sabia. Y la vida pega cuando pegás demasiado. Uno de los plomeros, que era el que más sabía y era el más capo de los dos, se estaba pasando, quizá de capo. Y verdugeaba a su co-equiper. Un gordo humilde, con barba crecida, bueno. Demasiado. Que tenía un gorro de lana en la cabeza y en las manos un zamba. No me acuerdo cómo se llamaba el más capo, pero vamos a ponerle Vargas. Vargas estaba arriba, en el techo, y le indicaba al gordo que estaba abajo, que tenía que encajar el caño del nuevo termotanque. La cosa se fue poniendo espesa. Vargas le decía… y papi, subilo, papi, bajalo, papi, dale, papi. Y al gordo le temblaban las manos. Nosotros escuchábamos. Deja que me bajo y lo hago yo, ametrallaba Vargas. Haciéndose una panzada con el gordo. El gordo decía que no, que necesitaba un poco de tiempo y que no le indicara todo junto. Yo quería ir y bajarlo a piñas a Vargas. No sé mi hermano, pero creo que también. De vuelta el…y papi, me extraña, papi…
Y cuando Vargas iba a bajar para humillarlo al gordo manos de zamba. Esa misma escalera, por la que mi hermano y yo vamos a bajar, lo abandonó. Y Vargas, el que era el más capo, el del… y papi….me extraña….Quedó colgado y casi llorando… Y gritándole al gordo manos de zamba. ¡vení, dale, boludo, que estoy colgado!
Yo, si hubiera sido el gordo manos de zamba, lo hubiera dejado colgado, me hubiera parado, a mirar, con los brazos cruzados, por arriba de la panza y le hubiera dicho: Y papi, me extraña, papi, eh. Nada de eso pasó. El gordo manos de zamba, fue corriendo como mujer golpeada, y perdonó a su golpeador. Y Vargas no se cayó y tampoco sufrió lo suficiente. A partir de ahí, con mi hermano, siempre que algo no nos sale rápido decimos: Y papi, me extraña, papi.
Estamos por bajar y los perros nos miran. Están contentos de vernos. Bajamos y yo le voy contando algo a mi hermano. Vamos a la cocina. Abro la heladera y la tapa del congelador se me viene encima, la atajo y saco la cerveza, con la tapa en la mano. Después pongo la tapa, eso lo venimos haciendo hace diez años, más o menos. Sin vasos, coincidimos. Hay que subir las sillas que mamá sacó con los puntos de la Shell, esas que son amarillas y son buenas. Tenemos el celular para poner un poco de música. Yo subo, estiro las manos, agarro la cerveza, que era lo principal, después una de las sillas amarillas, después la otra. Sube mi hermano. Hacemos el recorrido y llegamos de vuelta al techo con membranas.
Ponemos las sillas, que hacen el ruido de playa. Pero no. Acá no hay arena, acá hay membrana. Y ya estamos le digo, viste que lo íbamos a hacer. Asiente. Yo le pido que ponga una canción que está en mi celular, una de las bandas que más me gustan de este tiempo. Primero porque son independientes, después porque tienen olor a nuevo. Como cuando eras chico y te subías al auto nuevo que compraban tus viejos, me acuerdo del Imola. No lo tuvimos mucho tiempo, pero yo veía la felicidad de mis viejos y sabía que eso era algo importante. El sabe de qué banda le hablo, es el Mato a un Policía Motorizado, son de la Plata, le digo. Sí, me dijiste veinte veces. Poné mi próximo movimiento, indico. Empieza y el tema es todo esto que hicimos, nos falta el rifle. Destapo la cerveza y ya cayendo la tarde, un vientito viene del río. El edificio feo de enfrente está lindo, quizá es la cerveza, quizá la tarde. La membrana del techo está caliente, le digo a mi hermano, suena el Mato, voy a subir al techo a ver, a mirar el desastre, bajo la luz de la luna gigante.
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