Era de esperar que, ante un acontecimiento histórico, las fuerzas
políticas de la Argentina intentaran resignificar al nuevo papa. Eso hizo Cristina. La Presidenta y Francisco
conocen bien los resortes del poder y son constructores de poder. Ambos entendieron el rol que ocupa cada uno en
la nueva relación. Dejando de lado cierto costado sinuoso en cuanto al pasado
del cardenal, su comienzo fue eficaz, concreto y seductor para los ojos del
mundo. La palabra que alimenta esta nueva apuesta entre la iglesia y sus
seguidores es: austeridad. El vaticano entendió para dónde va el agua en
Europa; el pan de varias generaciones en el viejo continente será, justamente,
la austeridad. También la frase ilustrativa:
“Una iglesia pobre y para los pobres”, refuerza este nuevo paradigma, no se
lucha contra sino que se baja al escalón de lo que vendrá. Un mediador que condena la injusticia y la desigualdad pero, a su vez, la sustenta. Por otra parte, está designación del papa
argentino confirma lo que viene sucediendo en la política local hace varios
años. Lo más interesante sucede dentro del kirchnerismo, donde se discute en el
seno de diferentes agrupaciones la postura a seguir. Horacio González, de quien
no soy muy devoto, planteó su diferencia con respecto a cierta parte del
oficialismo. Mariotto, por su parte, lo definió como un papa peronista, por su
trabajo territorial y por su sensibilidad social. Estos debates demuestran
porqué el gobierno sigue teniendo la iniciativa en casi todos los temas de
coyuntura y una visión plural de la realidad.
Por su parte, los medios luchan, en el campo de las
significaciones, por crear una imagen acorde a su juego. Algunos, quizá, con un
mensaje demasiado edulcorado, en el que se plantea el microclima de la catedral
de Buenos Aires, como el entusiasmo general del país. Dichos medios, en las
primeras horas de la noticia, planteaban a Bergolgio como el líder de la
oposición. Pero Cristina les bajó la jugada del tablero al tachar del cuaderno
los malos entendidos. Nuevamente se reflota en algunas lecturas que, la iglesia, puede tomar la representación de los demás actores y jugar un claro rol político. Más, teniendo en cuenta la relación casi simbiótica entre el Estado argentino y la iglesia católica. Roca no pudo sostener su intento de correr al clero de un eje central en la sociedad civil. Luego, fue el peronismo, quien discutió, luego de ocho años de buen trato, la construcción de las masas populares, terreno hegemonizado por la iglesia. Dicha relación terminó de romperse cuando propuso la ley de divorcio, los derechos de los hijos ilegítimos, entre otras. Las principales diferencias entre el cardenal y los gobiernos kirchenristas se basa en dicha disputa. La apuesta, de muchos, es que la iglesia retome su papel de mediador y sirva como límite para el accionar de los gobiernos populares de latino américa y, por supuesto, de la Argentina.
Sintetizando, porque resulta cansador: diálogo, misericordia, paz, unidad, dolor por el prójimo,
entre otras, son las promesas del “nuevo restaurador” de la iglesia católica,
en cuya espalda descansarán enormes desafíos: profundizar cambios estructurales hacia adentro, el problema económico del vaticano; y volver a poner en el centro a la iglesia como principal mediadora, encargada de limitar los márgenes de los gobiernos populares.
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