El frío me persigue, como apuntándome con un arma, por la
calle, en el trabajo, en mi casa. Fui poniendo paredones en el horizonte, los
dejé crecer, siempre un poco más, como
esperando que se caigan solos. No tengo plata, estoy sitiado y la ciudad es
enorme. Demasiado. Bajo a caminar, no puedo dormir, no puedo dejarme a un lado.
Camino para decir que no. Camino para hablarle a la noche que no me trae soluciones, me da
parches usados. Me tira con cartones y bolsas de basura. Di lo último que me
quedaba al pibe de enfrente. Di todo con las manos cerradas. Uno desespera y
camina y vive y mira a los cínicos. Hay que subir a los techos, irse corriendo
por las lajas, como hacen los gatos, los pájaros, las ratas, la luna, el sol. Hay
que irse, no participar en nada. Sacarse las esposas. Correr, correr, correr. Sin cambiar la esencia, nadar en el alma de
barro. Hundirse, sin esperar nada de nadie. Hay que remover sin hacer pozos, patear la tierra de los imbéciles. Poner la vida en lo que vale, encontrar los
caminos, perderse, volver, ir por otros lados. No hay salvación para nadie. Los
católicos se arrodillas, se besan, se odian, se detestan, se matan. Hay que
profundizar la derrota, con las manos atrás, como dibujando una sonrisa en el
aire. Nadie sobrevive a una buena sonrisa,
yo morí en un bar,
yo morí y volví a equivocarme,
yo morí al nacer,
y volví a besar las
paredes de vidrio.
Yo morí y renací con una sonrisa.
Uno puede dar vuelta las cosas, mirarlas, pesarlas. Hay
tiempo para todo, hay demasiado tiempo. El problema es que estamos acorralados
por almas muertas, hay un teclado, una publicidad, una nota a cuatro columnas,
para llenar sin mucho ánimo. Ya no hay portales, ya no hay cuarteles, ya no hay
miradas amables. Poner un buen título y
salir corriendo a tomar un trago. Tirar el celular por la boca de la calle, que
se comunique con la mierda, que fluya. Nadie conoce a nadie. Nadie se conoce a
sí mismo. Nadie puede traicionarse tan fácil. Cuando uno fue chico y fabricaba
sueños en todos lados. En los cines, en los patios rasposos, en una pelota. Ahí
nos mirábamos y edificábamos el mundo.
No había trabas, solo genialidades, solo amistad, solo botellas de coca. Nos querían hacer creer en dioses,
hombrecitos y policías. Nos querían cortar las alas. Nos querían abarrotados.
Nos querían ver siempre de brazos cruzados.
Tengo que estirar la mano,
tengo que abrir bien los dedos,
para rescatar la carta de amor que escribí,
los barcos de papel,
sin pensar en la risa
de los cínicos,
en los celadores morales.
Hay que darle una mano a ese pibe que espera que se cumplan
los sueños que tramo, un sábado a la mañana debajo de las sábanas. A ese que se
escapaba de misa y no sabía rezar. Hay que jugarse el todo por el todo,
sospechar, siempre. Como buscando una puerta de emergencia sin señalar. Correr como los perros a un auto sin saber qué
hacer. Bajar las expectativas ajenas, ponerlas bajo la suela, amagar, meter un
pase cortito al de al lado, hacer una pared con ventanas y hojas frescas. Jugar
con los que tienen hambre de cambio. Hambre en serio. No perder tiempo con los
burócratas de la realidad.
Hay que poner la cabeza en unas tetas calientes,
Hay que subirse a todos los colectivos,
Hay que escribir el manifiesto
Hay que disparar a mansalva,
Hay que sostener la mirada
Al pibe que fuimos,
Guiñándole un ojo
Como resistiendo
Dándole ánimo
Diciéndole vivimos juntos
en la misma esquina
en la misma vereda
sin ceder ni un poquito
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