Todos rehacíamos el abismo. Era nuestro terreno y nadie nos entendía. Nadie, salvo nosotros. Porque nos conocíamos de barrios unidos por grandes corredores, en donde solo se socializaban las pérdidas. Y teníamos la marca del escape. Sabíamos que Buenos Aires era un golpe al mentón, que el ser físico florecía en lo estrecho, que siempre buscábamos, buscábamos, buscábamos, hasta encontrar. Porque para transformar primero hay que conocer y conocer en serio y caer para después subir y crear para después destrozar.
Un día uno de nosotros dijo el libro miente, el cine agota, solo nos queda la música. Y por eso fuimos en busca del silbido. Sabiendo que en el único lugar en donde podíamos encontrar el orden era en la escritura.Lo único que queríamos era escapar, escapar, escapar. José, que vendía estampitas en plaza Houssay, nos dijo yo me quedo acá, porque alguien le tiene que poner la frente al sol. José, todavía tengo tus estampitas. Como un trofeo, como un recuerdo de una noche buena. José sigue en plaza Houssay.
El día que Juan se fue de la pensión el cielo estaba cubierto de hematomas negros y la cuadra estaba repleta de palomas. En mi cama había un libro, que en la primera hoja decía: "Lo más importante de las relaciones es el cariño mutuo. Este libro te lo regalo porque en este tiempo aprendí a valorarte como persona. Pero también para que te acuerdes que el socialismo es una idea feliz, y, como tal, antes de teoría política tenemos que leer novelas; antes que ensayos, cuentos, y antes que panfletos, poemas. Con un fuerte abrazo".
Ese día me enteré que Juan se escapó sin pagar y que a cambio dejó su equipo Aiwa. Nunca más lo volví a ver. Me acuerdo de él cuando el cielo se llena de hematomas negros y las palomas caminan con el pecho erguido entre nosotros, porque se adaptaron a nuestros pasos calculados hasta el hartazgo. Panamá hoy vive en Almagro.
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