Hoy me levanté y mi piel estaba muy blanca. Tan blanca que
tuve que mirar varias veces en el espejo para reconocerme. Y lo confirmé… ERA
YO. Mis ojos, el hueco de mis ojos, las ojeras, las pestañas, mi boca, mi
nariz: era yo. Pero mi piel es tan blanca que pareciera el resultado de algo
inconcluso, algo dejado a medias. Me gusta pensar que un niño pintó mi cabello,
mi boca, mis cachetes rosados, pero que, cuando tenía que pintar mi piel, se
aburrió y me dejó así. Capaz que no tenía más colores en su mesa y no quiso
repetir. O pensó: el blanco es mentiroso, parece débil pero tiene fortaleza,
tiene algo escondido en su centro. Porque siempre lo que parece débil tiene una
bomba de fortaleza enchufada. Eso sí, nunca se sabe cuándo va a explotar. Y así
estaba yo mirándome como si fuera una belleza, confirmando mi identidad en el
espejo del baño. Nosotros, a diferencia de los animales, tenemos la capacidad
de desdoblar el espacio real del imaginario. Los niños se constituyen cuando
logran verse en el espejo y después confirman la identidad viendo en los
areneros a otros enanitos, que se escaparon de esa prisión helada que es el
espejo.
Fui a la cocina y puse agua para el mate y encendí un
cigarrillo con la hornalla. Mi madre solía hacer eso porque nunca encontraba la
caja de los fósforos y siempre perdía los encendedores. Volví al baño y de
refilón vi a otra mujer. Ya no soy la modelo de hace cinco minutos. Ahora soy
una pobre mina con cara de enferma y con un cigarrillo en la mano. Cómo puede
pasar eso. Cómo me puedo mentir a mí misma tan fácil. Porque acá alguien
miente. Tendría que encontrar un punto medio, el equilibrio de los tibetanos,
diría. Pero la autoestima es como el mar; un día con la bandera mansa otro con
la bandera picada y así.
Fumo y me miro
Me miro con un ojo cerrado
Después con los dos abiertos
No soy una modelo y tampoco
La asquerosidad de hace minutos
Ahora tengo que ir a ensayar la obra nueva. Confieso que al
principio me parecía una porquería. Bah, como todo. Cuando me ofrecieron el
papel que hago, lo pensé poco, como el que está en medio de una ruta y ve llegar
un auto destartalado y piensa en centésimos, en segundos, que puede morir de
frío en esa banquina o puede morir arriba de esa bola de metal y se toma la
pera y después de hacer un rodeo con los ojos dice: ma si, me subo. Así fue
como dije que sí. Lo único que me molesta es el piso de madera en el que
ensayamos. Tiene unos agujeros grandes y da la sensación de que en cualquier
momento se viene abajo y que abajo puede llegar a haber serpientes, o ratas, o
pirañas, o un cadáver.
En fin, esta es mi primera entrega, no sé si voy a poder
seguir escribiendo, porque tampoco sé si tengo mucho para decir y si analizo
bien, en estas líneas no dije nada. Solo pavadas.
Las pavadas sirven.
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