Las chicas que me dejaron en una semana



Esas chicas, las que me dejaron en una semana, son las que más recuerdo.

Son las únicas que dejo vivir en mí.

Son las que se mueven por todo mi cuerpo

Van y vienen y dan vueltas eternas, casi interminables, por mi corazón de mimbre.

Son, ellas, las que ven como soy cuando me duermo, cuando me refugio en mi jardín, bajo los álamos, a esperar que pase, que el primer pájaro se atreva a cantar, a pegar la primera nota, en un cielo peligrosamente naranja, peligrosamente rodeado por paredones y cables y tanques de agua.

Es ahí, en ese momento, en el que me gustaría juntarlas a todas, para pedirles perdón, con un beso en la mejilla, con un silencio, casi, casi, eterno, que no se resiste, que hace rechinar a las maderas, a los granaderos, a la parte inaccesible, que se guarda, que se retiene para lo más intimo.

Me gustaría invitarlas de vuelta a tomar un helado de limón, a sentarnos al borde de una pileta, a caminar por las plazas entre las palomas, para después tomar una botella de ginebra, ahí, al lado del río, y ver como los peces saltan por el aire, como festejando, y siguen su camino, hasta que chocan con el anzuelo de un pescador borracho, de soledad, que espera en una cuna de madera, que se mueve de a poquito, que se adapta al agua, al viento, que disfruta de los camalotes y del olor a nafta.

Porque,
Yo,
Siempre llegue a ellas como un refugiado, herido, por balas de salva, que aceptó todos los cargos, diciendo, ahora, vamos, cállense, ahora no hay más penas, solo cuchillos afilados, con los que luchar en mi desierto.

Porque,
Yo,
Soy el que se encarga de pensarlas, ahora, esperando un colectivo en una terminal, mirando una vidriera de oferta, escuchando música por las calles, eligiendo, una por una, las frutas, un domingo a la mañana en una feria.

Porque,
Yo,
Soy el que les pedí que perdieran el tiempo conmigo, cuando, en el fondo, sabía, siempre sabía, que mis palabras, selladas, no iban a servir, que, la verdad, siempre, está en el fondo del pozo, que nunca, pero nunca, se puede ver cuando una estrella muere, o se desgarra el corazón de los grillos, que cantan, noche tras noche.

Porque,
Yo,
Soy el que vive en el vecindario de las disculpas tardías, en donde pertenecer como un huérfano, como un hombre muerto, como un ciego, que va cagando a bastonazos los portones de la desesperación, está mal visto, muy mal visto.

Porque,
Yo,
Soy el que se desarma por las noches y se perdona
E intenta iluminar toda la ciudad con esta tristeza,
Que nada por aguas heladas.

Porque,
Yo,
Soy el que entendió que las heridas hay que curarlas con tranquilidad
Y entenderlas para que se vayan para siempre,

Para que solo quedé esto
Un mar de flores
Usurpando terrenos baldíos...




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