En mi
pantalón tengo papeles, sueltos. Llevo, por la avenida Belgrano, una
carretilla, repleta de escombros, con culpa. Hay desiertos, hay, en el medio,
baldíos, en el centro. Baldíos en donde me siento, a rascarme la nuca, a soltar
una lágrima. Con muy poco, casi nada, con esta calma impaciente, con los
jardines de Quilmes, con la prosa cansada. Se emiten, en los baldíos, bonos de
tristeza, un beso en la mejilla, un olvido, que sabe a tierra. Escupen miradas indecentes, a las cuatro de la mañana.
Hay pobreza, hay pibas con las manos muertas. Hay pibas, con la frente
arrugada, gastada a golpes; pibas, pibitas, que revuelven el futuro, con la
mirada huidiza. Hay paredes ásperas, con contornos negros, con la
liquidez, con las manos atrás. De eso no se habla. Hay repetición. Hay cabezas
gachas. Hay cordones. Hay veredas. Hay tristeza. Hay Baldíos. Hay pibas, pibitas,
que revuelven el futuro, con la mirada huidiza, con las manos muertas. De eso
no se habla.
El vagabundo que está llamando a tu puerta tiene puestas las ropas que tú llevaste una vez.
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A mamá le encantaba el mar. La última vez que pudo ir se trajo un cuadro con olas que rompían en una playa. Pidió que lo colgáramos encima...
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