Nadie nos va a raspar los talones del vuelo. Con las manos
llenas, de aire, mirábamos por la terraza, con los ojos en modo lento. Las
macetas, de plástico, con el verde y el naranja, las membranas del corazón, capas y capas. Hay grietas.
Varias grietas.
De subsuelo.
De playa de estacionamiento.
De líneas, de columnas, de silencio húmedo.
Nadie nos va a raspar las ganas de ser geniales. Era un
peso, irremontable, cuando te miro la parte de atrás, el descuido. De espaldas, a los días, de
espaldas, somos todo lo que no queremos mostrar. Somos el descuido. De
espaldas.
Con las manos hundidas en manteca.
Manteca, manteca,
manteca.
Que se cae por las grietas.
El subsuelo, de la playa
De estacionamiento.
Somos geniales.
Nadie nos va a raspar el desamparo, ese toldo de chapa,
cagado a golpes, por piedras, por ramas, por
la vida.
Manteca, manteca, manteca.
El desamparo nos dejaba con los talones hundidos, en lo que
fue, en lo que podría, haber, sido. O solo, dos pies hundidos, en barro, en
cal, en arena, en una membrana, de corazón. Absorbe, manteca.
Los cables, que eran ríos, desde la terraza, las ratas que
corrían por los ríos de cables, el descanso de la calle, el subsuelo, una
esperanza roja, como un hombrecito, enjaulado, para siempre, con la ropa roja,
para siempre.
Nadie nos raspó los talones, los desgastamos, con las
piedras, del cemento, del cordoncito, el suave andar. Nos enfrentamos, nos gastamos los pies, nos
enfrentamos al ejército.
Caímos
Con los talones intactos
Con menos membranas.
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